206. Generales de plomo

3 de julio de 2024 | Julio 2024

El cuartel del Ejército de Trabajadores Registrados estaba alborotado como no había sucedido en mucho tiempo. Corridas, movimientos de maquinaria, artillería y armamento de una forma desprolija y desorganizada, como si hubiera directivas contrapuestas. El gobierno había declarado la guerra contra el ETR, considerado el nuevo enemigo de la nación, con el objetivo de recuperar recursos que algunos miembros de los Trabajadores Registrados atesoraban desde el anterior gobierno.

A la comandante Julia, y a la división que lideraba, le habían ordenado transportar municiones, combustible y elementos de obstrucción de vehículos como clavos miguelito y cascotes a otra dependencia de la organización situada a unas cuadras.

En eso estaban cuando, de pronto, tres aviones descargaron una lluvia de bombas sobre la hilera de autos y camionetas que ejecutaban la tarea. Por problemas de puntería, las bajas fueron de dos camionetas enteras con sus conductores y daños en otros vehículos, dentro de los cuales la carga se encontraba intacta.

Los vehículos se desperdigaron en segundos y se dio aviso a la comandante, que se encontraba en el depósito central, en el segundo subsuelo, preparando armamento para su transporte.

Julia salió corriendo en cuanto se enteró y llegó hasta la oficina del Comando Central, donde la cúpula estaba reunida.

—Estamos bajo ataque —fue lo único que pudo decir Julia, tras abrir la puerta de la oficina, mientras intentaba recuperar el aliento después de semejante corrida.

—Ya sabemos. Desde acá se ve perfecto —dijo tranquilo el más gordo de los cinco hombres que había ahí y se corrió de la ventana para dejar que ella viera. Fuego, humo, nubes de polvo y apenas un hombre que atravesó corriendo la avenida. El resto de los transeúntes ya se había refugiado.

—La artillería pesada… —empezó Julia y frenó la oración para llenarse los pulmones de aire— ya está lista para sacar del depósito y comenzar la respuesta.

—No vamos a hacer eso —contestó el hijo del comandante de años atrás.

—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó ella.

—Nada. Por ahora nada —contestó un canoso.

—Esperar —agregó el más gordo.

—Pero… ¿qué? ¿Nada, nada? —se notaba en su rostro que esperaba alguna medida concreta.

El gordo abrió los brazos con las palmas hacia el techo y envolvió los labios dentro de su boca antes de decir:

—Gracias por avisar. Ahora retírese.

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