196. Se agrandó Chacarita

24 de junio de 2024 | Junio 2024

La cama era el lugar donde se dirimían las cuestiones maritales, ahí donde los chicos no podían escuchar porque sus habitaciones estaban en la otra punta de la casa. Pero las charlas también se mezclaban con esas otras actividades fogosas que suceden en la cama que, para el caso de Cristian y Marcela, casados en segundas nupcias hacía poco tiempo, era algo casi cotidiano.

Su familia ensamblada estaba compuesta por Santino, de diecisiete, y Luna, de quince, hijos de Cristian, y Joan, de ocho, hijo de Marcela. Los tres vivían ahí la mayor parte de los días y tenían buen vínculo entre ellos. Sin embargo, a Marcela le preocupaba que Joan tuviera tanta admiración por los hijos de Cristian, en particular por Martín, y que éste fuera un tiro al aire.

Esa noche, Cristian había entrado a la cama ya desnudo y se había abalanzado sobre la boca de Marcela, cuando ella lo frenó con una mano en su pecho y pronunció las palabras mágicas:

 —Tenemos que hablar.

—Dale, sí, cuando terminemos —contestó Cristian y empezó a besarle el cuello.

—No, no. Ahora —sentenció Marcela, seria, y lo apartó de su cuerpo—. Anoche, que vos te fuiste con tus amigos, le presté mi auto a Santino. A las dos y media de la mañana escucho acá en la puerta una frenada… que pensé que se metía un coche por la ventana más o menos. Me desperté sobresaltada, salgo y lo veo a Santino bajarse del auto con un pedo que casi no se podía sostener. Y, encima, una abolladura en el guardabarros izquierdo que antes no estaba.

—Qué pibe…

—En el momento lo mandé a dormir. Y hoy al mediodía le digo “che, Santi, no da lo que hacés, podés lastimarte, podés lastimar al resto, podés romper mi auto, como lo hiciste” y…

—Tranqui, mi amor —interrumpió Cristian—. Yo después te pago el arreglo, y si no, te compro un coche nuevo y listo —le restó importancia y volvió a besarle el cuello.

Marcela volvió a alejarlo de su yugular y con la seriedad de un velorio siguió:

—No terminé. Le digo eso y el pendejo desubicado, ya sobrio, me dice con total descaro “vos porque tenés envidia de que yo manejo mejor que vos”. Decí que no es mi hijo que le daba vuelta la cara de un cachetazo, Cris…

—Bueno, viste cómo son los chicos, que se creen que la tienen clara pero no entienden nada.

—No, por supuesto que no entiende nada. Pero que me tenga que bancar que me diga que le tengo envidia… —se le tensaba la expresión de solo recordar la imagen de Santino, canchero, frente a ella—. Le vas a poner los puntos vos porque es tu hijo. Yo no le presto más mi auto… Y no tengo ganas de coger hoy —dijo y se dio vuelta dándole la espalda a Cristian.

—Pero, la puta madre, pendejo de mierda… —se lamentó él.

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