Franco pensaba que Martín era su mejor amigo, el que duraría toda la vida. Se conocían desde los seis años y llevaban casi quince años de vínculo. Martín también pensaba que Franco era su mejor amigo, pero el último tiempo lo había sentido un tanto extraño. No es que el vínculo hubiera cambiado, sino que él era quien veía con otros ojos la relación entre ellos. Perder la cotidianidad que les daba el colegio los había distanciado un poco y Martín había empezado a forjar nuevas amistades, donde se sentía extraño: no tenía que obedecer a nadie. Y le gustaba.
Sin embargo, para las vacaciones de verano, Franco había decidido que irían al sur, a disfrutar de los lagos y montañas. Una vez llegados a Bariloche, Martín se encargó de armar la carpa, mientras Franco reservó lugares en los refugios que a él le gustaban para pasar algunas noches. Al día siguiente, Martín compró la comida que haría falta para el ascenso, y luego desarmó la carpa.
Antes de empezar el camino, Franco le dijo a Martín que subiera las mochilas, que él quería sacar fotos por el camino. Y que, tal vez, a la vuelta él las bajaría.
Una vez arriba, se encontraron con un grupo de cuatro chicas a las que habían cruzado en el camino. Pegaron onda y Franco le dijo a Martín que a él le gustaba la de ojos verdes, la más linda de las cuatro, y le daba permiso para estar con cualquiera de las demás. Pero a Martín no le gustaban las otras y él estaba seguro de haberle gustado a la de ojos verdes.
Franco intentó, delante de todos, de la nada y sin una situación propicia, besar a la chica de ojos verdes. Ella, con reflejos de felino, logró esquivarlo. Entonces Franco se levantó y le dijo a Martín que era momento de ir a preparar la cena, aunque él se estuviera divirtiendo con sus nuevas amigas.
De preparar la cena se encargó Martín, mientras Franco escuchaba música bajo el cielo estrellado. El lavado de platos también le tocó a Martín, cuando Franco se tiró a dormir.
Al día siguiente, aunque Martín quería quedarse una noche más, Franco decidió que lo mejor era bajar de la montaña y buscar un nuevo destino, donde quizás hubiera otros grupos de chicas entre las cuales alguna le diera bola.
Antes de comenzar el camino, Martín se tropezó con una raíz y se lastimó el tobillo. Casi como si no hubiera pasado nada, Franco le dijo:
—Uh, amigo, a mí también me re duele, ¿no podrás bajar las mochilas vos?
Martín, una vez más, cumplió con los designios de Franco, que no rengueaba como él, sino que bajaba la montaña casi al trote. Cuando llegaron abajo, Martín dejó la mochila de Franco en el piso y anunció que volvería a su casa en el primer transporte que encontrara.
—Dale, Martín sos un choto. ¿Qué clase de amigo sos? Tenés que hacer lo que yo te digo. Me dejás re tirado. Los amigos están para hacer lo que uno les dice que tienen que hacer, para ayudarme a cumplir mis objetivos, como en este caso ir al otr… ¿Martín? ¡Martín! Bueh, sorete. Ojalá te vaya como el culo en la vida.
