Fabricio Mendizábal era el rector del colegio desde hacía poco tiempo, cargo al que había accedido casi por error. No tenía buena reputación entre sus colegas docentes. Era demasiado rígido, estructurado y verdugo para ese ambiente. Además, no era de fiar: todos sabían que se manejaba mediante aprietes y favores con docentes y no docentes de cada lugar donde trabajaba para cumplir sus enrevesados deseos.
Fabricio quería cambiar la vida relajada del colegio, donde los y las estudiantes tenían bastantes libertades para elegir cómo manejar su formación, su uniforme, códigos de convivencia, la utilización de los espacios, entre otras cosas. Eso a Fabricio no le gustaba.
Prefería, en cambio, algo más parecido a la educación que él había tenido, con una obediencia forjada a base de castigos. Pero era esperable que al alumnado no le cayera simpático su nuevo régimen. Entonces, pensó que lo mejor era bajarle los humos a algunos que él interpretaba como revoltosos y contestatarios.
—Me tenés que hacer un favor —se anunció en la preceptoría de Marcos Ratto.
—¿Qué querés, Fabricio?
—Quiero que me armes un acta de que encontrarse a todos estos estudiantes —le alcanzó una lista con casi veinte nombres de distintos cursos— haciendo fechorías para que se les apliquen las sanciones que corresponden.
—¿Todos éstos? —se sorprendió Marcos desde su silla—. Son un montón. ¿De qué los querés acusar?
—Sí, todos esos, gordo… no son tantos. Hay como setecientos pibes en el colegio. Quiero que pongas que los viste dañando la propiedad del colegio: roturas de ventanas, puertas, bancos. Que hubo intento de desestabilización de las autoridades institucionales, que se intentó tomar el colegio…
—¿Qué? Eso no pasó…
—Ah, no, tranquilo, Marcos. Si no tenés ganas, no pasa nada —contestó Fabricio relajado, con las manos en los bolsillos—. Yo voy y muestro la carpeta de fotos que tenés de los culos de las pendejas del colegio, a ver qué pasa.
—No, bueno… Por favor, eh, Fabricio… —reculó Marcos, nervioso.
—Tranquilo, gordo. Tu secreto muere conmigo si hacés lo que te pido.
—Pero esto no camina ni en pedo, no hay manera de sustentarlo —contestó Marcos encogido de hombros.
—Empecemos diciendo que es porque están en contra de mi llegada a la rectoría; si hace falta, lo adaptamos. Lo más importante es que se caguen bien cagados y que el resto de los pibes no sepa si es cierto o no lo que se dice, mientras esperan la resolución definitiva.
—Ajá, ¿y después? Yo me voy a jugar mi reputación con esto.
—Con lo sucio que estás, gordo, olvídate. Si supieras lo que dicen de vos… Empezá por esto y después vemos. Quiero que te hagas cargo de esto como si fueras yo mismo —Fabricio asintió con los ojos entrecerrados y salió.


