Nina había nacido fascista, o algo así. No era culpa suya. La partera lo había anunciado apenas minutos después de tenerla en brazos: “me parece que salió gorila”, fueron sus palabras. En cuanto empezó a hablar ya se notaba que no solamente era gorila, sino el sentido común de derecha sintetizado en un cuerpo. Peor aún, rechazaba con furia toda discusión política en sí misma.
Para su abuela Leticia, militante feminista de toda la vida, que su nieta fuera así era un puñal al corazón. Ya había intentado acercarla a lo que ella llamaba “el lado bueno de la vida”, es decir, el izquierdo. Pero eso le había traído grandes discusiones con su hija y yerno, que decían, entre insultos, que había que aceptar Nina como era. Entonces, para Leticia no quedó otra alternativa más que evitar que su nieta participara en política.
Leticia sufría por Nina, pero más aún por ella misma, cada vez que debía contradecir sus propios ideales con tal de ahorrarle al mundo la divulgación de ideas que aborrecía.
—¿Qué pasa, nena? —le preguntó Leticia a Nina, recién llegada del colegio, bañada en un mar de lágrimas que le cubrían el rostro, después de seguirla hasta la habitación—. Tengo una tarta de zapallitos en el horno, como a vos te gusta.
—Pasa que… —empezó a contestar Nina con la cara aplastada contra la almohada—, en el Centro…
—¿Qué? No te oigo nada con la cabeza ahí, Nina —contestó Leticia mientras se sentaba junto a ella en la cama.
Entonces, Nina se irguió y, con los hombros caídos sobre su cuerpo y la espalda encorvada como nunca antes, contestó:
—Es que fui al Centro de Estudiantes, y me echaron… —frenó su frase para esnifar los mocos—. Dijeron que no entiendo nada de política, que soy una burra, y que no tengo razón en nada. Y yo solo quiero que el Centro haga cosas para los estudian… —y se largó a llorar sin terminar.
—A ver, a ver… ¿Qué estaban charlando en la reunión?
—De la marcha contra los… femicidios —y dibujó unas comillas en el aire—. No está bien decirle así, porque no hay “hombrecidio” —Leticia se retorcía por dentro con las palabras de su nieta—. Y les dije que no corresponde meternos en política, que nada más tenemos que hacer cosas para los alumnos.
—Está perfecto lo que les dijiste a tus amigas —mintió Leticia.
—No son mis amigas —corrigió Nina, enojada—. Me echaron.
—Pero, la pucha, nena. Yo te dije que no tenés que ir a esos lugares. No hay que participar en la política, es todo feo, todo malo… Es como dice tu papá, “la política es para los políticos y son todos unos hijos de su madre”. Que hagan lo que se les cante, vos no les des bolilla. Vení, dame un abrazo y se te pasa.
Nina, entonces, apoyó su sien contra el escote de su abuela y aplacó su llanto, mientras Leticia rogaba al cielo que, por el bien de la humanidad, su nieta no volviera a pisar el Centro de Estudiantes.
