167. Fenómeno barrial

27 de mayo de 2024 | Mayo 2024

A donde fuera que iba, Santiago Llanos sentía el calor del pueblo vibrar cerca suyo, en la puerta de su corazón. Lo que lo diferenciaba a él del resto de los políticos era la transversalidad: no solamente quienes lo apoyaban lo vivaban, sino también sus opositores. Hacía algunos años que ningún político generaba tanto revuelo a su alrededor en un país que pasaba un pésimo momento económico.

Esa era su percepción de la vida. Mientras ocupaba un cargo importante y las decisiones centrales del futuro de millones de personas pasaban por sus manos, Llanos sentía el amor llegar a él por todos lados. Como aquella vez en que, presentando un libro, un hombre de la audiencia le gritó “la puta que te parió”, y en su cabeza sonó como “sos un genio, profesor, pero tengo que ir a casa a preparar la cena de mis hijos”. Llanos se interrumpió y contestó “agarrátela con Pareto” y sonrió.

Cada vez que él llegaba a un lugar en auto, se abalanzaba la muchedumbre contra su vehículo y sonaban los manotazos de la gente contra la chapa y los vidrios, como si intentaran llegar a tocar al menos algo de él. Llanos sentía una paz relajada, una caricia al alma.

Sin dudas había sido su mejor momento. Había alcanzado la tapa de una revista internacional y una entrevista importantísima. La nota hablaba maravillas de él y su gestión. Era, sin dudas, el hombre más trascendental de la historia de la humanidad. Estaba cambiando el curso de toda la especie hacia el reino de la libertad.

Al mismo tiempo que salió la nota, en un viaje a la ciudad de Córdoba, los propios trabajadores liberaron la zona del aeropuerto para que Llanos pudiera tener un acceso feliz, tranquilo, digno de su majestad.

Era un trabajo estresante que demandaba mucho tiempo y lo alejaba de su familia. Sabía que ese era el precio de llegar a cualquier lugar y ver a la gente feliz, agradeciéndole por cómo sus vidas habían mejorado de la noche a la mañana. Donde no había comida, ahora abundaba. Donde no había energía y servicios, ahora sobraban.

Lo extraño para él, eso que nunca pudo entender, apenas semanas después de la nota de la revista internacional, fue esa vez en que asistió a una convención para dar un discurso. Una multitud lo recibió feliz, con sonrisas enormes, carteles con frases y hasta un muñeco que lo representaba a él. Cuando se acercó a saludar, se sumergió entre la gente y empezó a sentir golpes. Trompadas, patadas, rodillazos, palazos. Al mismo tiempo escuchaba que le gritaban “te amamos” y “sos nuestro dios”. Los veía sonreír. Y sentía dolor y sangre salir de su cuerpo.

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