166. Misionerita

24 de mayo de 2024 | Mayo 2024

Misionerita, un corazón canta,

endecha tierna de rendido amor,

en el homenaje a tu heroica tierra,

deja el acento de mi corazón.

Lo tuve a tiro al sorete de Rovira. Abajo había ruido, cantos, fervor. Yo estaba en el tercer piso del edificio de enfrente, con un rifle.

Mi abuelo decía que acá la sangre había teñido la tierra con su color y que, algún día, también las conciencias se teñirían de rojo. Él vivía con mis bisabuelos y sus siete hermanos cerca de Oberá. Eran productores de yerba y té. A nivel familiar, nomás, y cada tanto llamaban algún tarefero para que colaborara en la cosecha. Solamente si no les alcanzaba con sus manos para hacer el trabajo.

Estaba brava la economía a principios de los setenta. Por eso mi abuelo fue de los que más participaron en el Movimiento Agrario de Misiones. Cobraban apenas para subsistir, igual que ahora, y el negocio se lo quedaban las molineras y el sector industrial. Un par de empresas que se llenaban, y a los productores, nada.

Reclamaban entrar en la Comisión Reguladora de la Yerba Mate, que la propiedad de la tierra fuera de los productores, que no se permitiera importar lo que se producía en suelo argentino, establecer precios mínimos y que las molineras pagaran sus deudas con los productores.

Se organizaron y fueron fuertes. Hicieron movilizaciones importantes y la policía y gendarmería los reprimieron. Después vino la dictadura y, cuando terminó, todo era peor. De ahí para acá, todo malo.

Yo me hice docente, como mi madre, que se jubiló hace pocos años y ahora duerme conmigo en un acampe en la Avenida Uruguay. Así ya no se puede vivir. Ya éramos pobres siendo trabajadores y ahora, aunque tengamos techo, somos indigentes con deudas que se agrandan.

Por eso estalló la cosa. Y porque la economía la manejan los nietos de esos a los que mi abuelo les quiso arrebatar un pedazo de riqueza. El responsable de que hoy estemos así es Rovira, amo y señor de la política misionera.

Lo vi cagado en las patas cuando se asomó a mirar. Fueron apenas segundos, y se fue escoltado por los policías que quieren cobrar mejor gracias a la lucha de sus compañeros.

Mi abuelo, Dios lo tenga en la gloria, hubiera apretado el gatillo. Yo me acordé de mi vieja, la tarde anterior, diciéndome que le íbamos a torcer el brazo si seguíamos la lucha y que así, en la calle, le estábamos enseñando a todo el país. Zafaste, hijo de puta. Una docente te salvó la vida.

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