165. Películas de espías

23 de mayo de 2024 | Mayo 2024

La ministra había ordenado comprar quince mil polígrafos para utilizar en los interrogatorios de todas las fuerzas federales y las provinciales que desearan firmar algún convenio a ese fin. Que costara apenas algunas decenas de millones de dólares le pareció una ganga para ser su herramienta favorita, sobre todo porque no salían de su bolsillo. Su orden fue utilizarlos sin protocolo, para cualquier caso que se lo desearan las fuerzas.

Al poco tiempo de que llegara el primer cargamento, las fuerzas federales lograron detener a un narcotraficante importante de Rosario que no estaba entongado con ellos. Entonces la ministra no dudó en pedir que, por favor, probaran los detectores de mentiras adquiridos, que ella tenía muchas ganas de lanzar un video para reforzar su imagen. Le hicieron caso, y a la media hora de comenzado el interrogatorio, sonó el teléfono del despacho.

—Ministra… —dijo el sargento Ramírez—. La llamo de acá de Rosario.

—¡Ah!, ¿y? —contestó por demás emocionada la ministra—. ¿Ya funcionó?

—No, para nada… no habla —en su voz se podía ver que encogía los hombros contra el cuello.

—¿Cómo que no habla? —se indignó la ministra.

—Y no, no habla. ¿Quiere que le peguemos un poco? —sugirió el sargento.

—Y… pasa que el video va a quedar mal —la ministra envolvió los labios dentro de su boca para pensar unos segundos—. ¡Ya sé! Apriétele los huevos un poco, que no se va a notar. Y llame de nuevo después.

El sargento accedió y cortó el teléfono. No le apretó los huevos al narco para que no lo trataran a él de puto. Prefirió pegarle patadas. Al rato, volvió a llamar.

—Deme una buena noticia, sargento —saludó la ministra.

—Y bueno, el polígrafo funciona, ministra.

—¡Yo sabía! ¡Qué alegría! Tremenda gestión metí. ¿Qué dijo el detenido?

—Dijo todas verdades. Pero no dio nada de información. Contesta lo que quiere. Le preguntamos por dónde cruzan la droga, quién les deja conectarse con los líderes presos y un montón de cosas más. Y empezó a responder cosas obvias: que Newell’s es más grande que Central, que los penitenciarios están comprados… Si me pregunta a mí, creo que esto sin un poco de tortura no sirve.

—No, a ver si se les va la mano y quedo como una estúpida. ¿Más tortura quiere aplicar?

—¿Cómo más? —preguntó Ramírez como si no hubiera comenzado.

—¿Sabe qué, sargento? Hágame un favor —empezó tranquila y luego empezó a subir el tono demostrando enojo e impotencia—. Recorra los distintos puntos donde mandamos los detectores de mentira, así los puede buscar y traérmelos acá que me los voy a meter de a uno en el culo… ¡Y una botella de vino, para acompañar, la re puta madre! —cortó y golpeó el teléfono contra la mesa.

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