161. Nuevo equipo

20 de mayo de 2024 | Mayo 2024

¿Cuánto tiempo había pasado? Décadas. Ese recuerdo glorioso del primer día, del debut, con la gente en casa, ya se veía algo borroso. Se acordaba lo más importante: el saltito al salir del vestuario, besar el pasto, saludar a la abuela y a la vieja, ahí, en la platea. No metió gol, pero casi lo logra. El arquero la sacó con un salto tremendo. Tantos años más tarde, probándose una casaca amarilla nueva, ya no se acordaba del partido, los compañeros, los rivales, hasta dudaba del resultado. El Pato Luro era, a esa altura, un ícono del fútbol nacional.

Desde chico se había formado en el club de sus amores y, gracias a alguna ayuda familiar, llegó al tan ansiado debut. En poco tiempo demostró que no era solamente gracias a los contactos familiares que llegó a ganarse el puesto. Después de unos años pésimos, el equipo perdió relevancia y la categoría. Un descenso vertiginoso hasta casi dejar de existir.

Pero la carrera del Pato seguía su camino. Se había eyectado antes del descenso. Su representante le garantizó jugar en segundas divisiones de otros países y, aunque zafó de correr la misma suerte que el club de sus amores, también perdió su futuro prometedor. Como ese escenario no convencía al Pato, decidió volver pocos años más tarde a su tierra de origen.

Regresó silbando bajito, a laburar y ganarse el puesto. Los relatores se preguntaban si era el mismo Pato Luro que se había ido años atrás. A fuerza de goles y tener todavía algo de magia intacta, recuperó su reconocimiento en el fútbol local.

Se destacó tanto que lo convocaron del último campeón, pero la actuación del equipo fue tan desastrosa que tuvieron que echar a casi todo el plantel de un plumazo, con la hinchada hirviendo de furia en cada partido porque acusaban al equipo de haberse vendido.

Entonces el Pato pasó por equipos chicos donde lo miraban con recelo por su última performance. No le costó dar vuelta esa imagen debido a la relevancia que tenía como futbolista y su trayectoria; pero sí debió aprender a jugar en otras posiciones, perdiendo el papel de centrodelantero para ubicarse en la mitad de la cancha.

Gracias a esa versatilidad, llegó otra vez al equipo campeón, de camiseta amarilla, donde quedó como un volante de marca, férreo y violento como él solo, al que la prensa acusaba de tener problemas con el alcohol. No pudo campeonar en ese club, y por eso, luego de pelear la capitanía en el vestuario y perder, llegó al equipo actual, el último campeón para sorpresa de todos.

La camiseta que se prueba ahora también es amarilla, con algunos vivos en negro. Cuando se mira en el espejo, le calza perfecto, igual que todas las que usó en su carrera y las que le queden por usar. Ya no mete goles. Se dedica a cortar a los rivales con patadas a la altura de los testículos, el pecho o, por qué no, la cabeza. Y, aunque no haya campeonado jamás, su inagotable deseo por formar parte de un equipo, así sea el rival acérrimo del club que lo vio nacer, convierte al Pato Luro en un emblema del fútbol local.

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