La empresa tenía veinticuatro gerentes, y un director general encargados de hacer funcionar la producción. Quienes designaban a la persona que para ocupar la dirección general eran los accionistas, entre los cuales, los más importantes eran quienes inclinaban la balanza. A los demás accionistas les tocaba conformarse con ganar algún gerente que intentara direccionar el rumbo de la empresa a sus intereses.
Los gerentes, todos varones, se enfrentaban entre sí en dos equipos: Barrio Fútbol y Soccer Country, que competían y tenían establecido un clásico dentro de la empresa. Cada equipo tenía una propia cosmovisión del mundo y del desarrollo de la compañía. Como los grupos entre humanos, también los equipos a veces cambiaban de miembros, porque alguno se cruzaba a jugar para el contrario.
Después de un partido en el que habían participado seis gerentes por cada equipo, en el vestuario de Barrio Fútbol, mientras se duchaban y se miraban (algunos, también, adulaban) los genitales de otros, Alejandro, el capitán, despotricó contra el director general:
—Che, ¿ustedes van a ir al festejo del boludo este? Yo creo que como nunca dirigió una empresa y solamente sabe lo que aprendió en la facultad, ahora quiere tener una fiesta suya para que todos lo felicitemos… un ridículo.
—Sí, pero él tiene el poder, ahora… —lamentó Osvaldo—. ¿Qué vamos a hacer? Hay que comérsela, y ver qué dice.
—Yo no tengo ganas de ir —agregó Ricardo—. Encima seguro nos va a tirar mierda como si los problemas de la empresa fueran solo responsabilidad nuestra, cuando él todo lo que hizo hasta ahora fue empeorar. Yo creo que voy a inventar que no puedo por algún compromiso familiar, algo así.
—¡Pero, viejo, los accionistas lo pusieron a él! —gritó Gabriel como si así su opinión tuviera más capacidad de convencer al resto.
—¿Los accionistas? Que me chupen ésta los accionistas —le contestó José mientras se agarraba la verga enjabonada.
—Creo que lo que quiere decir José —aclaró Alejandro—, es que seguramente los accionistas también quieren defender la empresa como nosotros y que le vaya bien. Si vamos al festejo le damos lugar a todas las locuras que está haciendo este tipo. En mi área no queda un peso.
—¡Vos porque estás enojado porque tus accionistas no pudieron poner al director! —gritó, de nuevo, Gabriel.
—Si vos querías al mismo que yo, boludo —replicó Alejandro—. Perdiste como nosotros. Y mis accionistas, si voy, van a pensar que soy un traidor.
—Vos porque la tenés muy grande, pero mirá yo, qué chiquita la tengo —contestó Osvaldo y atrajo la mirada de sus compañeros a su pequeño pene que despertó risas. Salvo de Gerardo, que no estaba participando de la conversación y en ese momento, con su voz profunda, mirando hacia la pared, y apuntando su culo hacia sus compañeros, ordenó:
—Basta, viejo. Te ponés todo pelotudo, Osvaldo; parecés de quince años. Vos te entregaste al forro del director, pero no porque tengas más o menos carne, sino porque arreglaste que te gire guita por afuera para ponerte un concesionario de autos.
—¿Qué decís? ¿Te volviste loco? —Osvaldo señaló a su sien.
—Me lo contaron los chetos del Soccer Country, y vos antes venías llorando que no llegabas a fin de mes. Tengo hasta el comprobante de la transferencia —afirmó el culo de Gerardo.
—Vos no jugás más acá, a partir de ahora sos del otro equipo —sentenció Alejandro y salió de la zona de duchas.
José caminó hasta Osvaldo, se paró delante de él, y bajito, sugirió:
—Si querés que esos huevitos sigan con vos, te sugiero ser más vivo. Nosotros te trajimos hasta esta gerencia. Cuando debutes en su equipo, ponete canilleras en todos lados, que te voy a cagar a patadas —y amagó un rodillazo a los testículos que hizo que Osvaldo se cubriera.
Aunque había terminado de ducharse, Osvaldo se quedó bajo el agua un rato más, esperando que se fueran todos antes que él.
