El Brujo cargaba el veneno dentro suyo. Lo había ingerido en diversas dosis a lo largo de su vida; algunas mínimas, prácticamente imposibles de percibirse, y otras muy importantes, que habían sacudido su cuerpo y alma como nunca antes. Su cuerpo había mimetizado el veneno al punto de reproducirlo. Le provocaba un dolor inexplicable, algo que nacía en el pecho y se estiraba por su cuerpo; y, al aplacarse el dolor, una sensación placentera nacida desde su propio padecimiento.
El veneno, pensaba el Brujo, era la pócima que erradicaría del mundo las pestes al igual que lo hacía de su cuerpo y su alma. Su conexión espiritual le ordenaba, como si se tratara de una misión santificante, esparcir el veneno que manaba de su cuerpo para dar origen al nuevo mundo; uno puro, limpio y ajustado a los designios de Dios.
Pero el Brujo notaba que, aunque se esforzara por cumplir su propósito, la tarea resultaba excesiva para sus capacidades. Fue entonces cuando encontró, mediante un contacto con una persona poderosa, un portal oculto, al cual no se podía ingresar, pero del que podían convocarse seres que provenían de la Edad Media.
Cuando tuvo el portal frente a sí, no dudó en abrirlo. Lo atravesaron decenas de hombres y mujeres, algunos con túnicas, que llevaban cruces y medallas colgadas del cuello. Traían consigo, y otorgaron al Brujo, un fuego blanco que señalaba a las personas impuras. Esas debían sufrir el consumo del mismo veneno que llevaba el Brujo, a dosis tan altas que, quienes resistieran, se convertirían también en reproductores del mismo. Las personas que no resistieran serían consumidas, quemadas por dentro por el veneno.
Las huestes del puritanismo medieval se esparcieron por el mundo. Almas limpias en cuerpos sucios blandieron su fuego blanco a lo ancho de los meridianos y descargaron su veneno al ritmo de su oración:
Crux Sacra Sit Mihi Lux,
Non Draco Sit Mihi Dux,
Vade Retro Satana,
Numquam Suade Mihi Vana,
Sunt Mala Quae Libas,
Ipse Venena Bibas.
Consiguieron fieles y su cruzada comenzó. El fuego blanco marcó y el veneno atacó. Hubo quienes murieron y quienes resistieron y se unieron a las fuerzas medievales. Pero, aunque atacaran a sus objetivos y su veneno aniquilara, la impureza que buscaban destruir no paraba de nacer.
El fuego blanco, entonces, transformó su coloración a tonos entre amarillo, naranja y rojo, y comenzó a señalar a bajo su lumbre a los portadores del veneno. El portal, todavía abierto, retiró del mundo a todos los seres envenenados, tanto aquellos que había traído en un primer momento como a los que se habían sumado. El Brujo, por su parte, apenas llegó a advertir el cambio de color del fuego, pero no pudo librarse de las llamas que lo consumieron en un instante.

