Ailén leía las viejas estrofas del himno reincorporadas hacía pocos años en la cocina de su casa, mientras Lucía, su madre, preparaba el pastel de papas más grande que pudiera entrar en su horno. Al mismo tiempo, la masa del pan levaba tapada a un costado. En la cocina había, además, una pila de milanesas para prepararse y luego congelar, restos de una tarta de zapallo y queso, y el flan preparado minutos antes de empezar con el pastel de papas, que en breve iría a la heladera.
—Ma, ¿qué fue la Gran Dieta? —le preguntó Ailén a su madre, después de levantar los ojos del papel.
—¿No te dijeron nada en la escuela? —contestó Lucía y cuando vio la expresión de duda de Ailén paró de cortar los huevos duros—. Claro, que le explique la madre, que no debe tener nada que hacer… En 2024 estaba el gobierno libertario, que se decía que podía arreglar la economía, porque había una crisis antes. Y la empeoraron.
—¿Vos estabas viva?
—Sí, claro, Ailu, fue hace casi veinte años, una cosa así. Yo era un poco más grande que vos, tenía diez, once… —cortó el relato un instante, volvió a agarrar el cuchillo y a cortar huevos mientras hablaba—. Al abuelo Alejandro lo habían echado de la empresa donde trabajaba, y a nosotros nos pegó mucho eso. Tu tío y yo, que antes podíamos comer golosinas o tomar gaseosa, de golpe no tuvimos nada más. Y la comida también faltaba. Tus abuelos se la rebuscaban, pero igual teníamos hambre, me acuerdo de tu tío quejándose en la mesa de que quería más y no había; y encima que la abuela Sol a veces ni comía para darnos a nosotros.
—¿Y no se quedaba con hambre? —preguntó Ailén.
—Sí, pero bueno… Había mucha gente así, y empezaron a aparecer flacos, desnutridos. Me acuerdo de uno que… Voy a cortar la cebolla ahora, si lloro es por eso, Ailu, eh —dejó los huevos a un costado y agarró una cebolla—. Íbamos por la calle con el abuelo y vimos todo un tumulto y era porque un señor se había muerto. De hambre. Y antes esas cosas no pasaban. Estaba mal el país, pero no tanto —los ojos de Lucía se aguaron y esnifó un par de veces.
—¿Y qué pasó después? —preguntó Ailén para romper el silencio que Lucía había dejado.
—Llegó un momento que salió todo el pueblo a protestar, a reclamar que las cosas cambien… Yo fui a algunas protestas y era muchísima gente. Recién después de eso, que también costó mucho, el gobierno siguiente se encargó de hacer las cosas bien, y ahora el pueblo decide más cuestiones. ¿Viste que el domingo pasado votamos por la ley de impuestos?
—Sí.
—Bueno, eso antes lo decidía el Congreso solo, la gente no. Y se decidió también agregar las partes viejas del himno, que antes no se cantaban, porque ahora tienen un nuevo significado. Eso es lo que te puedo contar, si querés saber más, después agarramos un libro y nos fijamos. Ahora leeme las nuevas partes del himno, a ver.
Y Ailén empezó a leer de manera lenta y entrecortada.
—Se levanta a la faz de la tierra, una nueva y gloriosa Nación;
Coronada su sien de laureles, y a su planta rendido un león.
Se conmueven del Inca las tumbas, y en sus huesos revive el ardor;
Lo que ve renovando a sus hijos, de la Patria el antiguo esplendor.
En los fieros tiranos la envidia, escupió su pestífera hiel;
Su estandarte sangriento levantan, provocando la lid más cruel.
La victoria al guerrero argentino, con sus alas brillantes cubrió;
Y azorado a su vista el tirano, con infamia a la fuga se dio.
Sus banderas, sus armas, se rinden, por trofeos a la libertad;
Y sobre las alas de gloria alza el pueblo trono digno a su gran majestad.


