148. Feria americana

7 de mayo de 2024 | Mayo 2024

Dicen que fue la primera feria americana. Yo no sé bien, porque lo único que puedo hacer es decirles lo que a mí me contaron. Y si no les gusta, a llorar a otra parte. Resulta que la familia transitaba un mal momento económico. Encima ellos, que estaban acostumbrados a ser parte de la crema de la sociedad, imaginate, familia Álzaga… Aunque, en realidad eran como una lateral de la familia, porque eran, como mi madre, Álzaga Conde. Otra… rama, digamos.

Esto habrá sido en el mil ocho… no me acuerdo si antes o después de la fiebre amarilla, pero una de dos. Parece que cuando falleció don Alcides, el hombre de la casa, quedó Esmeralda a cargo de todo. Y ella estaba devastada, hecha un trapo de piso, con todo un panorama avasallante. Y sola, porque claro, los Conde, aunque tuvieran apellido de nobles, no tenían un peso partido al medio. Y los Álzaga Unzué, los ricos, en cuanto se murió Alcides, la marginaron a Esmeralda y a mis bisabuelos, que eran adolescentes.

En aquella época no quedaba bien que una familia aristocrática se mezclara con una que no juntaba para ponerse un stud. O eso contaba mi padre, pero a lo mejor lo decía por su ludopatía con el turf. El odio comenzó cuando Alcides presentó a Esmeralda. La notaron… distinta, y la alejaron. Tanto que mis bisabuelos no conocieron nunca un Álzaga Unzué.

Pero bueno, Alcides, por tener el nombre y sangre, había conseguido algunas hectáreas de campo, algo de ganado, y también algunos objetos de lujo. Lástima que, al quedar por fuera de la familia, los negocios dependían de él solo, y no le iba bien. Alguien dice que por eso se mató. Bueno, no se sabe, en realidad si se mató o lo mataron o se murió nomás. Y cuando pasó tampoco se sabía.

Para cuando falleció Alcides, dicen que ya quedaba la mitad del patrimonio. Lo peor es que en ese momento al resto de la familia Álzaga le iba bien, porque después que tuvieron que vender el palacio los muy… no me hagas decir, por favor, que sigo siendo una señora. Decía: a Esmeralda le quedó, con suerte, la mitad de todo.

Mi bisabuelo Alfredo, que tendría quince, una cosa así, al ver a su madre que no podía con su vida, se tuvo que hacer cargo. Y fue él quien trajo a este Tiburcio; ese nombre es mala palabra en mi familia. Tiburcio empezó a administrar las cosas. Pero lo que hacía era vender barato, y darle plata en billete a Esmeralda, la parte que no se quedaba él, claro.

En un principio resultó. Aparecía el dinero, pero la riqueza de mi familia se desvanecía. Y llegó un punto en que Tiburcio dijo que no había más. Alfredo se alarmó. Entonces, Tiburcio sugirió de dónde se podía sacar más: vendiendo sus objetos personales.

A Esmeralda la entiendo. Con tanto rechazo de la aristocracia, parece que su único interés era tener dinero, porque pensaba que consumiendo en los mismos negocios que los ricos, podría, algún día, pertenecer a ellos. Y así, viuda…

Fue Alfredo el que aceptó la propuesta de Tiburcio, todo con tal de conseguir dinero. Puso en venta la mejor ropa de Alcides y Esmeralda. Los muebles, las arañas, los tapices, las esculturas. La casa parecía una feria. Y así la llamó: feria americana.

Cuentan que Esmeralda lloraba arrumbada en un rincón mientras veía sus posesiones irse con las familias que la habían marginado, mientras Alfredo lo tomaba como algo necesario para salir de la crisis, y Tiburcio, a sus espaldas, negociaba los precios a la baja si los compradores le ofrecían un porcentaje.

Al final, Tiburcio se hizo rico a costa de Esmeralda, y Alfredo se dio cuenta, años después de haber vivido en esa mansión vacía, sin alma, que había entregado su futuro, nuestro futuro, a un chanta. 

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