La coordinadora Valeria Pratto los había citado en el salón de exposiciones, porque necesitaba acomodar las reuniones que se acercaban con los representantes del gobierno chino. Se trataba de un encuentro poco frecuente y muy relevante, y por eso era necesario convocar a distintos sectores, de distintas oficinas.
—Va a ser necesario que prestemos mucha atención a cómo se desarrolla el vínculo de conjunto —empezó Valeria—, pero la idea es que todos ustedes intenten encargarse de establecer alguna conexión uno a uno, que aparezcan posibilidades nuevas, que por ahí pesquen algo que se les escapa a los de más arriba y pueda traernos un buen beneficio, del área que sea. Y quiero probar que sea individual, personal, uno a uno.
—Va a ser imposible, profe —contestó Elías Marino, al fondo del salón, con una postura demasiado informal. Tenía dieciocho años, había terminado el secundario el año anterior; su familia era rica y, por acomodo, le habían conseguido un buen puesto en relaciones exteriores.
—¿Cómo, Elías? No llegué a escuchar —preguntó sincera Valeria.
—Que… a ver, empezamos a hablar con uno y… no sé, hay que ir al baño… y cuando salga no me voy a dar cuenta con cuál estaba hablando antes —usó un tono jocoso para despertar risas que no existieron.
—¿Cómo es eso? ¿Estás hablando en serio? —contestó la coordinadora enojada.
—No, por supuesto, profe. Es un chiste. Es que mi humor es así… chabacano —aunque fonéticamente sonó yabagano—. Ya me van a conocer y van a ver, pero no se lo tomen en serio, no quise decir que son…
—¿Vos me estás cargando? —lo interrumpió Valeria—. Esto es un tema serio, no es para andar paveando, y menos con un comentario así que si te llegan a escuchar podés comprometer el acuerdo entero, pendejo. ¡Carajo! —Valeria golpeó la mesa frente a ella—. Y dejá de decirme profe, que soy tu jefa, nene. Si todavía te sentís adolescente, volvé al colegio.
—Pasa que no me acost…
—Bueno, no contestes —volvió a interrumpirlo, a esa altura por su bien. Respiró un segundo con la mirada clavada al piso y después siguió—. Elías, te llega a escuchar cualquier director, subdirector o lo que sea y, si no fuera porque te conocen, te dan un boleo en el orto que no te imaginás dónde vas a parar. Si vos querés seguir siendo parte de este equipo tenés que tomarte las cosas en serio, como hacemos todos.
—Bueno, pero…
—No, pero nada. Es el destino de un país, ¡carajo!
