Fanática y víctima de su fanatismo por las bebidas alcohólicas, la ministran de seguridad sentía los mayores placeres de su vida cuando se dedicaba a la producción de sus aguardientes caseras en su alambique de diez litros. El proceso de destilación de alcohol tiene, en su inicio, una porción del producto que debe descartarse por contener metanol, un alcohol altamente tóxico, en lugar del etanol, “la causa y la solución de todos los problemas de la vida”, como dijera el filósofo Homero Simpson.
La ministra odiaba descartar parte de su mezcla así nomás, como si no tuviera ninguna utilidad. “Algo tiene que pegar”, pensaba, aunque sabía que, si lo tomaba, la intoxicación sería muy brava, causando probablemente una ceguera o la muerte, según la dosis.
Empezó a regalárselo al hijo, que lo usaba para prender el fuego del asado, hasta que su nieto adolescente, a escondidas, le dio un trago y quedó ciego. Entonces ya no tuvo dónde dejar todo el metanol que producía, que era bastante dado el placer que le daba la elaboración de sus bebidas alcohólicas que consumía, regalaba y vendía sin aprobación del Estado.
Un día, mientras acomodaba el cuarto donde tenía guardado el metanol y pensaba que ya era demasiado, recordó que el presidente le había pedido que las fuerzas de seguridad tuvieran armas no letales, cosa de poder ejercer la violencia sin temor a “irse de mambo”. Llamó a su nieto y le preguntó exactamente cuánto había tomado. El niño ciego, con algo de rencor hacia su abuela, contestó a desgano que había sido solo un trago.
La ministra cortó el teléfono sin saludarlo, no sin antes decirle que el rencor debía tenerlo contra su propia estupidez adolescente, en lugar de contra su bondadosa abuela. En seguida se puso a preparar un diseño y llamó a un ingeniero amigo, con el que perfeccionó y creó la Blinder 10ml, la primera arma del mundo con calibre medido en líquido.
El gobierno aprobó el proyecto y en poco tiempo mandó a hacer la licitación para la fabricación de las armas. La ministra proveería a la fábrica del metanol necesario. Solo quedaba resolver el protocolo de utilización de las nuevas armas no letales.
Entre rones, ginebras y tequilas, la ministra escribió a mano todo el protocolo para que entraran en funcionamiento. Era necesario, para que la descarga de metanol tuviera efecto, que el delincuente abriera su boca. Es por eso que el protocolo tenía, más que nada, chistes o preguntas que de solo ser respondidas lograran esa apertura bucal necesaria.
El gobierno aprobó el protocolo y permitió la utilización del arma en solamente la Policía Aeroportuaria para una prueba. La ministra enseñó al personal cómo manipular el instrumento y, en poco tiempo, la mitad de la fuerza quedó ciega y otros tantos fueron detenidos por vender las cargas en el mercado negro.
El escándalo fue tan grande que nadie pudo salvarle el cargo. La ministra, como en un acto de redención, se sirvió un vaso de metanol con hielo, y lo tomó escuchando de fondo los noventa y seis cañonazos que habían sido disparados en Inglaterra, en la despedida de la Reina Isabel.
