140. Madre

29 de abril de 2024 | Abril 2024

“Una más, y nos vamos a casa”, había sido la advertencia que Elisa le dio a su hijo Maximiliano, cuando lo vio peleándose a las piñas en el pelotero del salón de fiestas infantiles con Andrés, su compañero de grado, durante el cumpleaños de Julieta. Elisa había tenido que casi meterse adentro del pelotero para que su hijo escuchara y le prestara atención. Además, antes de llegar le había pedido, casi rogado, que no hiciera tanto lío.

Los últimos meses de Maxi habían sido complicados. Hacía años que sentía celos por Nico, su hermano menor, que recibía más atención por tener actividades extracurriculares gracias a ser un niño genio. A eso se sumaba que sus padres se habían separado hacía unos meses y la familia se había partido; y además, Runa, la chica que a él le gustaba, no sentía lo mismo por él. Para Elisa era un calvario hacerse cargo de su hijo en soledad. Divorciada, y con “el otro hijo de puta”, como llamaba a su ex, viviendo en el exterior los últimos meses, se le hacía cuesta arriba la crianza de los dos niños.

Por eso, para Elisa lo mejor era la tranquilidad o, lo que es lo mismo, que la vida fluya sin tener que andar a los gritos o castigos contra la revoltosidad de un hijo. Pero Maxi era ingobernable.

Desde la partida de su padre había tenido algunos momentos buenos, de colaboración con la vida cotidiana de su madre. Eran la excepción a la regla. El resto era un mar de quilombos. De alguna manera respetaba la autoridad: no se peleaba con docentes ni con la psicóloga. Pero con los compañeros y su hermano era prácticamente una batalla continua con pausas.

En el cumpleaños de Julieta fue terrible. Después de la advertencia de su madre, no dudó y siguió peleando con Andrés, pero con más intensidad. En eso, Elisa vio que a la batalla se acercaban Alejo y Macarena, con ánimos de ponerse uno por bando para la pelea. Justo antes de que sucediera y que la situación del pelotero alcanzara el escándalo, Ellisa, desde afuera, pegó un grito:

—¡Maxi! ¡Andrés! Afuera. Vamos. Ahora —hablaba en oraciones bien separadas—. Vamos. Basta. Se terminó. Afuera los dos. Ustedes también, Maca y Ale. Afuera todos. Maxi, no. No le revolees nada. Basta. Los dos afuera. Vamos.

Elisa quedó como heroína ante las demás madres, y los demás chicos aprendieron ahí a tenerle un poco de miedo. Se la vio brava y firme. En dos gritos acomodó todo y el resto del cumpleaños pareció una misa.

—Me retaste a mí, y el que me pegó fue él a mí —se quejó Maximiliano, en el auto, cuando ya volvían para su casa—. Yo estaba jugando, y vino él y se metió, y empezó a pegar, a empujar…

—Ya sé, hijo. Ya lo sé. Lo vi. ¿Pero qué querías que haga? No puedo retarlo solamente a él.

—Sí, retalo a él. Si cuando yo hago algo malo no lo retás también a Nico. ¿Por qué esta vez me retás a mí?

—Porque la cosa es así, Maxi —cambió a un tono exasperado y como si lidiara con un adulto—. ¿No te das cuenta que yo no puedo ir y retar al otro pibe porque sí? ¿Que queda mal? De Andrés se tiene que hacer cargo la boluda de la madre, que se dé cuenta sola de que yo tengo que llamarles la atención a los dos —quedó suspendida un segundo, y se reactivó después de una maniobra con el auto—. Y vos, también, Maxi, ¿hace falta el escándalo? ¿No pueden pelear en silencio? Si te está molestando, metele un cortito y basta. ¿Tengo que salir yo a ponerte los puntos?

El resto del viaje, aunque no fue muy largo, sonaba la radio entre sus caras enojadas con canciones de pop de los ochenta. Ninguno habló. Maxi, ni bien entró a su casa, fue directamente a pegarle a su hermano Nico. Elisa, por su parte, se fue a tomar mates al jardín.

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