El secretario Ortiz era el único empleado. Ya no había más personal. Ni siquiera tenía alguien que le alcanzara un café o que barriera debajo de sus pies. La Secretaría de Turismo había sido vaciada hasta su mínima expresión. Quedaban solamente Ortiz y el sistema DOS, la inteligencia artificial con errores de programación contratada por el gobierno nacional.
El secretario le solicitó al sistema DOS que ideara, con el perfil de las últimas novedades argentinas, una nueva campaña de turismo para el exterior. La respuesta del DOS fue mostrar la Argentina al mundo como país deportivo, de personas flacas y pintorescas viviendas precarias que le dan un toque empobrecido encantador para los habitantes de primer mundo.
A Ortiz le pareció una idea muy acertada, ¿cómo no lo había visto antes?, si la gente el último tiempo se había puesto toda flaca. También era cierto lo de las casas precarias; él mismo había visto pueblitos por doquier de casas de largas décadas de existencia sin mantenimiento, ni hablar de las casillas y las carpas que abundaban en el último tiempo. Qué cosa maravillosa este sistema, pensó Ortiz antes de imprimirlo, meterlo en una carpeta y llevarlo él mismo a la oficina del ministro, que ni siquiera lo miró y lo firmó en el sistema informático.
Por alguna extraña razón, a pesar de la baja partida presupuestaria destinada a la difusión de la campaña, el país se llenó de gringos. Querían ver gente flaca o las formas de supervivencia edilicia.
El secretario Ortiz fue astuto y consultó al sistema DOS qué debía hacer para su propio beneficio. Un mes más tarde se endeudó para construir a nombre de un amigo una empresa dedicada a la hotelería, las excursiones y el alquiler de vehículos.
En un principio debió ganarse su lugar en la disputa con otras empresas, pero no tardó tanto en ubicarse en el primer lugar del país y alcanzar un casi monopolio del turismo nacional. Era un fenómeno único en el mundo que, además, era bien visto por tener en buenas condiciones a sus empleados y brindar servicios a buen precio y variada calidad.
El secretario decidió salir a la luz como verdadero impulsor y propietario de la empresa y renunció a su cargo, dado que podía interpretarse que usaba la Secretaría a su favor, como sí lo había hecho. Sin embargo, con el presidente y el sistema político de su lado, tenía pocas chances de que lo investigaran.
Eso sí. La secretaría terminó cerrada, pero él pudo llevarse a casa el único objeto de valor: el sistema DOS. Le consultaba todo a esa altura. Desde qué comer hasta qué hacer en el día y cualquier cantidad de decisiones.
Un año más tarde, el día del cierre de listas de candidatos a las elecciones, la pantalla dijo “presentarte como candidato a presidente”. El secretario interactuó y le consultó por qué decía eso. “Siempre quisiste serlo, es tu sueño. Ganarás”.
El sistema DOS nunca lo defraudaba. Siempre daba las respuestas correctas. Llamó a un par de amigos de la política, al jefe del sindicato de su rubro, que era empleado suyo y, en una hora, consiguieron un partido para alquilar, fondos para financiar la campaña, y militantes para hacerla crecer, además del papel fundamental de la publicidad en redes y medios. Presentaron todo a las apuradas gracias al esfuerzo de gente que se ofreció a lo que fuera necesario con tal de tenerlo de candidato. Fue tal el impacto social, que en redes ni siquiera parecía que el presidente fuera por la reelección. Los medios solamente hablaban de Ortiz, y estaban todos en vilo para escuchar su conferencia de prensa.
Esa misma noche, el presidente lo denunció en cadena nacional por haber usado la función pública en su favor. Un juez adicto al poder mandó, al día siguiente, la orden de detención de Ortiz en la Isla Martín García. La respuesta fue una movilización masiva en su favor. Tanta gente concurrió a la marcha del llamado Día de la Fidelidad, que el gobierno debió liberar a Ortiz antes de que el hecho tomara relevancia internacional. Dos meses más tarde, el sistema DOS presidía el Poder Ejecutivo argentino.

