Luján Maidana sabía qué vida quería para su hijo Hernán aun cuando éste no había nacido. Quería que fuera deportista, como había sido su padre, Roque Maidana, jugador de fútbol de Atlanta durante unos pocos años, luego retirado y, al poco tiempo, muerto. Su deseo la enfrentaba a muchas opiniones en contra. Decían que era una carrera muy corta, con poca chance de éxito, y encima en aquella época, década del ochenta, no tan bien pago, salvo para las grandes estrellas.
En un principio Luján había llevado a Hernán a entrenar a una escuelita de fútbol, desde los seis años. Ella lo acompañaba a todos los entrenamientos y se quedaba viéndolo. No faltaba ni aunque hubiera tormenta torrencial. Y Hernán jugaba. Pero no la pasaba muy bien. No se compenetraba mucho con el fútbol, ni con ningún deporte, y en la cancha se sentía un tanto inútil.
Tuvo que dejar de asistir a esa escuela cuando llegó a Jorge, su padre, el rumor de que Luján tenía algo más que cordialidad con el entrenador. Se decía que la que no faltaba a los entrenamientos era ella, y era Hernán el que la acompañaba. La versión que los padres le dieron a Hernán era una mezcla de no poder pagarlo con que el ambiente se empezaba a poner pesado con las barras bravas.
Pasó el tiempo y persistió el deseo de Luján por hacer de Hernán un orgullo para su abuelo que lo cuidaba desde el cielo. Cuando Luján se enteró que su marido se cogía a una vecina del barrio, retomó sus ganas de hacer de Hernán un futbolista exitoso. Cuando cumplió los dieciséis años lo llevó a probarse a un club de primera, no a Atlanta porque el año anterior había descendido, y ella decía que su hijo estaba para más.
Ese día era de práctica común de las inferiores, la prueba de jugadores ya había pasado hacía dos meses. Sin embargo, y debido a una insistencia formidable de Luján con el entrenador, el club dejó que Hernán se probara con los chicos de la sexta.
Decir que su desempeño fue malo sería bueno para con Hernán. Empezó jugando de lateral derecho, pero el técnico lo cambió al puesto de volante por la misma banda cuando el rival metió gol por su culpa. Como tampoco funcionaba ahí, lo pusieron a jugar al lado del cinco, como para que ejerciera alguna contención y lo acompañara en su desempeño. Tampoco le fue bien y terminó jugando los últimos minutos de delantero, donde se erró un gol abajo del arco.
Su participación en la práctica duró media hora, como mucho, durante la cual los demás chicos, tanto los rivales como los de su equipo, se enojaban y se burlaban de él al mismo tiempo. Incluso hacían chistes sobre Luján y que probablemente había hecho algún favor sexual. Hernán escuchó el comentario justo antes de que tiraran el córner y estaba por reaccionar, pero advirtió que no estaba en el lugar indicado: había dejado libre el primer palo que debía cubrir y el equipo rival metió otro gol por su culpa. Hernán, derrotado en todo aspecto, salió llorando de la cancha.
—No te preocupes, Herni —dijo Luján cuando salían caminando del predio hacia la parada del colectivo—. Estos idiotas no entienden nada. No te merecen.
Hernán la miraba serio, cargado de un enojo que no sabía discernir si era dirigido a su madre, a los otros chicos, o a qué.
—¿Sabés qué me dijo el entrenador? Que no te daba la cabeza, más allá del dominio de la pelota, que vi que no te la pasaban. Lo vi, y le dije “no se la pasan a mi hijo”. El tipo me contestó que era porque no sabías ni dónde pararte en la cancha. Pero lo que más me molestó, lo que nunca le voy a perdonar, es que dijo que podías ir a jugar a otro club, uno donde pagando la cuota podrías jugar con otros como vos, aprender y divertirte. Yo le dije “no quiero que aprenda y se divierta, quiero que se destaque”.
—Bueno —contestó él, como para que se callara.
Luján frenó en seco, lo tomó por el hombro, y lo miró a los ojos.
—Herni. Si vos, por alguna casualidad de la vida, que yo sé que vas a llegar, tenés la chance de hacerlos mierda a estos que se creen mejores, no lo dudes. Apretá el gatillo. Acordate de que ellos te rechazaron.
Hernán bajó la cabeza y siguieron caminando. Él no volvió a hablar en todo el día.
