El acto se había convocado para las diez de la mañana. Era la primera vez que el gobierno entregaría los premios FugAr, que consistía en la entrega de una plaqueta, sumado a un monto del uno porciento de lo fugado y un váucher de exención impositiva para evitar el pago de cualquier impuesto, por única vez, utilizable durante el año en curso, ante entidades públicas o privadas.
Para la realización del evento se había alquilado un salón de la Rural, donde los premiados se sentían más a gusto. Entre las ciento sesenta personas presentes, sin contar el personal de servicio, se destacaban tres señoras y dos hombres que desentonaban por vestirse y verse como provenientes de barrios populares.
El presidente había decidido ser quien entregara los premios y tuviera a cargo un pequeño discurso por ser el evento inaugural del galardón.
—Buenos días a todos mis leones. En la construcción del futuro de nuestra enorme nación estamos decididos a dar la batalla cultural que nos libere del comunismo y nos permita volver a insertarnos al mundo. Es por eso que este año hemos decidido darle el reconocimiento que se merecen a aquellos que han logrado evadir las garras del Estado ladrón y salvar el capital para construir un mundo mejor. Sin más preámbulo, vamos a comenzar con el homenaje a estos héroes de la nueva Argentina. El primero que va a recibir su premio es Agustín Roca, que este año salvó trescientos ochenta y cinco millones de dólares. Un aplauso por favor.
El propio Agustín Roca se levantó de entre los presentes con una sonrisa y agradeció desde el púlpito al presidente y a la entidad bancaria que había colaborado con la operación.
—Ahora es el turno de Carlos Paganini, quien salvó unos trescientos veinte millones de dólares.
Bajo aplausos, el premiado anunció que utilizaría el váucher en el supermercado, para no pagar el IVA de los alimentos que él mismo producía.
La lista continuó y durante apenas más que una hora, los héroes fueron reconocidos y felicitados. Pero, al llegar al final de la lista, el presidente miró extrañado el papel.
—A ver, debe faltarle algún cero a este número… tengo a… ¿Pedro Díaz? Bueno, el papel dice cinco mil dólares, pero debe ser al menos cincuenta mil.
—Somos nosotros señor presidente —se presentó Pedro Diaz entre los que desentonaban por pobres—. Tenemos una pizzería en el barrio Zavaleta, y juntamos entre los que lo apoyamos en el barrio todo lo que teníamos. Con eso compramos dólares y los pudimos mandar a una cuenta en Panamá para que estén a resguardo, señor presidente.
—Ah… —el presidente lo miraba serio, sin la empatía que les daba a los ricos que había saludado antes.
—Queríamos, eh… participar de este acto de justicia.
—Claro, digamos, o sea, cinco mil dólares no es nada. Es una burla para este premio —subió un colaborador del presidente y empezó a hablarle al oído—. Ajá… sí… muy bien. Me informan acá que ustedes se presentaron sin acreditar su registro fiscal, con lo cual no podrían recibir el premio y estarían, entonces, faltando a la ley. Como saben, en esta Argentina, el que las hace, las paga. Así que le van a tomar los datos y se van a iniciar las investigaciones que corresponda. Y, después, por favor, retírense que empieza el cóctel.
