Selene cambió de puesto de trabajo. Pasó de un cargo administrativo poco relevante en una oficina pública a un cargo técnico bastante más relevante. En otros términos, había pasado de la oficina de Presupuesto a la Secretaría de Personal, donde ni siquiera conocía a quienes prestaban servicio.
El cambio de puesto le daba mayor responsabilidad que la que cargaba hasta ese momento y la exponía a tener que coordinar su trabajo con nuevos jefes que, por lo que había escuchado, eran más difíciles para lidiar. Selene creyó que podía tratarse de una exageración, que en realidad no había tal ogro a cargo de la Secretaría de Personal y que, de serlo, tendría que aprender a convivir, como con tantas otras cosas en la vida.
En su primer día llegó a la oficina a las ocho y ya había algunos de sus compañeros, con quienes cruzó algunas palabras y le mostraron su despacho. Una hora más tarde conoció a su jefe, Felipe Amuchástegui, que se presentó en al pie de su escritorio con una pila de expedientes y un listado con las primeras tareas que debía realizar que para ella resultaban nuevas. A pesar de parecerle un tanto difíciles, creía encontrar las soluciones correctas.
Al mediodía, en el momento en que Selene acostumbraba a cortar media hora o un poco más para almorzar, Felipe golpeó la puerta de su despacho y entró sin esperar la respuesta.
—Sele, te dejo unos expedientes más, y aprovecho para comentarte sobre el régimen de licencias, que hay que hacer todo un trabajo que quedó viejo, de años que no se hace y bueno, el ministro piensa que lo mejor es hacerlo así ordenamos. Vení, acompañame al archivo, así buscamos todos los legajos, y te ayudo.
Selene ya había puesto la tarta en el plato, solamente le faltaba calentarla, pero no pudo negarse a lo que su nuevo jefe le pedía. Hizo su mejor sonrisa y salieron del despacho juntos. Ella aprovechó y le pidió a un empleado que guardara su tarta de nuevo en la heladera.
En el camino al archivo no hablaron. A la vuelta sí, del olor que tenían los legajos abandonados.
Cuando ella entendió todo el trabajo que debía hacer, comprendió que no podía llegar en una jornada de trabajo y probablemente tampoco en dos ni en tres enteras. Preguntó para cuándo era necesario el tema de actualización de los legajos y Amuchástegui dijo que era lo mejor hacerlo cuanto antes, así que prioritario. Los expedientes, por su parte, estaban también sujetos a plazos. No tuvo más alternativa que dedicarse y saber que ese día volvería tarde a su casa.
Con la mejor de las expectativas se puso a sacar trabajo como nunca antes en los ocho años que llevaba en el Ministerio. Y, aunque separó mucho para consultar al día siguiente cómo actuar, la cantidad de trabajo que sacó fue buena como para un primer día. Pasadas las cinco de la tarde, con el sol cada vez más cerca de esconderse, Felipe Amuchástegui se presentó de nuevo en su despacho, ya vestido para irse.
—Sele. Escuchame, en estos expedientes quiero que me hagas un informe, como un resumen —sacudió la cabeza como si se tratara de algo sencillo. Hablaba rápido, demasiado para ella— y que hables después con Liliana, que ella no viene mañana y hay algunas cosas que hace que las tendría que cubrir alguien. Por ahí no son tan importantes, pero a vos te vendría bien aprender. Así que te diría que hables con ella ahora en un ratito antes de que se vaya. Yo ya me tengo que ir, que tengo que ir al gimnasio.
—Bueno, dale Felipe… Yo igual me quedaré dos horas más —dijo como si se tratara de entregar el resto de su vida a esa oficina en continuado—, y lo que no llegue hoy, mañana sigo.
—¿Ya te vas a ir? ¿A dónde? Mirá, me parece que deberías quedarte hasta sacar lo que tenés.
—Pasa que… Dale, me quedo a sacar todo.
Cuando Felipe cerró la puerta, Selene respiró hondo un par de veces y volvió a trabajar, insultando para adentro.
