8. El descuento

17 de febrero de 2024 | Diciembre 2023

Al Piru lo había mandado a llamar el jefe, Juan Carlos, con un grito desde su despacho, allá, en el primer piso, desde donde se veía todo el taller, salvo las oficinas de los administrativos, que eran apenas cuatro, pero con privacidad.

En cambio, de la parte de la fábrica se encargaban solamente dos: el Piru, que además de operario le tocaba hacer de mecánico cuando la máquina se paraba, se recalentaba o se rompía, a veces incluso jugándose un brazo. El otro empleado era Matías, hijo díscolo de un amigo del jefe. Matías tenía, en comparación al Piru, algunos privilegios: a veces faltaba, sobre todo los de lluvia. Además, Juan Carlos lo buscaba por su casa para llevarlo hasta el taller, y también, claro, cobraba un poco más, aunque se le había prohibido que el Piru se enterara. Sin embargo, Matías vivía en una nube de pedos y se la pasaba mostrando su vida material de clase media alta a su compañero que no tenía ni siquiera la posibilidad de pensar un futuro similar para él y su familia.

—Sí, Juan Carlos —se asomó por la puerta, tímido.

—Pasá, Piru, pasá. Sentate por favor. ¿Querés un vaso de agua, algo?

—No, gracias, señor. Muchas gracias —contestó mientras se sentaba en la silla.

—Mirá, Piru… —Juan Carlos tenía los dedos de las manos cruzadas sobre su panza con el cuerpo echado atrás en una silla de escritorio de último modelo, ergonómica y reclinable—. Tengo una mala noticia.

—¿Pasó algo, señor? ¿Necesita ayuda? ¿Le pasó algo a la familia?

—No, no. Quedate tranquilo, no pasa nada. Está todo bien. Pero… tengo que decirte algo que espero que no te caiga mal, hace ya años que trabajás acá con nosotros y lo que menos quisiera es que no te sientas cómodo en tu trabajo.

El Piru lo miraba ansioso por saber la mala noticia. Se imaginaba lo peor: el despido. Con cuatro bocas para alimentar y una suerte de perros. Encima había sacado una moto en cuotas que venía pagando gracias al aumento que le habían dado. Era mejor esa inversión que tomarse tren y colectivo todos los días.

—¿Te acordás el aumento que habíamos hablado? Bah, el que te estuve pagando hasta ahora.

—Sí, señor. Le estoy muy agradecido por el aumento —se apuró el Piru ya esperanzado de no perder el trabajo.

—Bueno, ¿sabés qué pasa? Te lo voy a tener que sacar. Al menos por un tiempo.

—No, Juan Carlos, por favor. Que me estoy pagando la moto.

—Lo lamento más que vos, Piru, te lo juro. A mí me parte el alma —puso cara de lamento—. Pero es que no nos están dando los números. Lo hablé con los de contabilidad, estuvimos horas tratando de resolverlo, pero no hubo otra forma.

El Piru empezó a masticar bronca y apretar para adentro unas lágrimas ahí nomás. Lo poco que podía defender como propio, una puta moto usada, se le esfumaba. Al ver que no le salían las palabras pero que algo tenía para decir, Juan Carlos se apuró:

—Pero esperá —recién ahí el jefe se inclinó sobre la mesa—. Te prometo. Te lo firmo hoy, eh, que cuando los números mejoren, cuando la cosa vuelva a andar y todo marche bien, te vuelvo a dar el aumento. ¿Te parece? Es culpa de estos planeros, viste, me matan de impuestos a mí y no me queda otra. Todo para bancarlos a ellos que no trabajan… Tranquilo, Piru, ¿eh? Estás en buenas manos —y le hizo una sonrisa de lado, de falsa empatía.

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