79. Session planner

28 de febrero de 2024 | Febrero 2024

De cara a la apertura de sesiones del Congreso, al presidente le habían sugerido transmitir, antes que nada, alegría con los suyos y lucha con los rivales. La política de las emociones era lo que más vida podía darle al gobierno.

Por eso era necesario que sucediera en un momento del día en que la mayor parte de la población no estuviera en su trabajo, sino en sus casas, mirando la televisión. Y, más necesario aún, que fuera atractivo y no tan formal, cosa de no perder en el raiting frente a un partido de la liga colombiana.

Contrataron a Clara Ugarteche, la mejor organizadora de bodas que había en la zona norte del conurbano. Ni siquiera les interesaba saber qué podía aportar alguien de otro lugar.

—Acá, mirá, bicho —decía la organizadora a un colaborador veinte años menor mientras señalaba las paredes del hemiciclo de la Cámara de Diputados—, que cuando termine el speach caigan banderas desde los costados, tela buena y perfumada, por favor —aclaró entrecerrando los ojos y mirándolo—. Banderas que digan… bueno, lo que mandó el vocero ahí en el mail. Colores de nuestra bandera y de la norteamericana, pero que no se note. Esas pedí que las hagan para ayer. Si la rusa se resiste —lo señaló—, le ofrecés más plata, total tenemos presupuesto libre. Y papelitos de colores, que combinen con las banderas; es importante que caigan al mismo tiempo desde el techo, así mientras él saluda al público después de leer, queda como si el pueblo le tirara pétalos de flores. Al mismo tiempo —reforzó clavando cada palabra como un alfiler en el aire—, ¿está claro? Si caen después lo vas a pagar vos —acusó, y después, más cariñosa, siguió—. No te preocupes, corazón, seguro lo vas a hacer bien —dijo como si hubiera recordado que se trataba del hijo de un amigo—. Pero no te olvides. A ver, acá, al lado del estrado. Dos barras. Asegurate que el cartel de publicidad de cada barra esté alto, a eso de dos metros y algo, no menos. Tienen que poder entrar en el plano de las cámaras cuando lo tomen un poco abierto. La comida, allá, al fondo, pasando las cortinas de las entradas al recinto, que no se vean las mesas. Igual, eso sí, bandejas pasando constantemente. Tema catering —se dirigió a una chica que estaba al otro costado—, pedí para que sobre, calculá cuatrocientas personas, y de bebida, el doble, que después se van algunos y llegan otros, va a ser una noche larga. Quiero la mejor calidad, viene gente muy exigente.

Sonó su teléfono celular y Clara Ugarteche se alejó unos pasos hasta sentarse en una butaca. Repetía “ajá” cada medio minuto, y después un “bueno, cómo no”, que cerró la conversación. Volvió caminando hasta sus colaboradores y dijo:

—El presidente quiere que haya un poco de baile después, así que llamá al arquitecto, cosa que estas butacas se puedan levantar y podamos liberar el salón —le dijo a la chica—. Y el sonidista de la otra vez no, ese es muy guarro, muy desagradable. Pedí que venga alguien que tenga un estilo más… ejecutivo —adoptó una postura como si hubiera usado la palabra exacta—. Ah, y otra cosa, chiquito —lo miró al muchacho—. La merca, te ocupás vos, ¿puede ser? Porque parece que el que les daba a ellos era esta chica Pepona, no sé, no entendí… Y bueno, no les da más, así que te hacés cargo vos. Mucha, me dijeron. Porque es para los que se queden y también para los policías que van a estar afuera, que dicen que van a ser muchos porque se vienen anuncios grandes y, si Dios lo quiere, hay show de fuegos afuera con los manifestantes.

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