Nomás estaba tomando un vino ahí con los compañeros. Justo que pasé de comprar un pan para la cena y me gritan “eh, Jose”, me grita el Pancho, “venite a tomar un vinito”. Estaba cruzando él, casi en la canchita. Parado. Y, al costado, sentado, estaba el Omar. Y dije bueno, me mando. Yo ahí ya me di cuenta de que algo malo me iba a pasar. Ya veía que no llegaba a comprar el pan.
Bueno, me siento ahí con ellos. “¿En qué andás?”, me dice el Pancho. Le digo que iba a comprar pan para la cena, y le dije gracias al Omar que me pasó el vino. Y… yo desde que me fui de la casa, que quedó Ruth sola con los nenes, que ando mal. Antes también, por eso me echó. Pero ahora, peor. Y me dicen de tomar un vino que yo ahora no tengo para pagar, ¿y qué voy a decir? Más vale…
Pero bueno, con ellos me habré quedado dos horas, cosa así. Si era temprano todavía cuando me levantaron. Frena así de repente una lancha de la gorra, clavando los frenos. Y se bajan dos, re puestos. No sé qué dicen y me agarran, me llevan así y me meten al patrullero. Yo ya estaba un poco en pedo también, que si no, una mano ponía.
En el patrullero se notaba que habían tomado mucha merca, re duro estaba. Y yo decía algo y me callaban y me decían que me iban a hacer mierda. Ahí ya la vi negra. No zafaba. Ya una vez me habían llevado porque sí pero hacía mucho.
Me tiran directo en esa mesa que para otra cosa que torturar no creo que la usen, por el olor y por la mugre que tiene. Me atan las manos y los pies a las patas, o no sé qué. Yo les gritaba que no, que me soltaran, hijos de puta. Desde la entrada de la comisaría hasta la mesa me llevaron a golpes.
Ahí cuando me atan quedan los dos que me habían llevado, los más duros, entra una morocha vieja, que se ve que era pulenta porque le hacían caso. Y un pendejo que se ve que… le iban a enseñar. Conmigo.
La morocha y el pibe no tomaban falopa. No sé si era mejor o peor. Capaz lo hacían con más placer, ¿no? Yo pedí que me dieran ya que me iban a pegar y me pegaron sin darme. La morocha dijo que no me iban a pegar, aunque ya era tarde. Me levantó la remera y agarró un pezón con una pinza. Lo fue apretando despacito cada vez más, hasta que sangró. Ahí lo soltó. Yo gritaba. Después lo volvió a agarrar y ahí me arrancó un poco de carne. Volví a gritar y uno de los duros me pegó una trompada. El otro duro se rio.
“¿Qué hacés? Te dije que no”, le dijo la morocha al duro, y después le habló al pendejo: “Por esto no sirve la gente dura. Aprendé de mí”. Y me clavó las uñas en el cuello. Las tenía largas, me hizo sangrar. Al toque sacó una picana, y… bueno. Me la pasó.
Después le tocaba al pendejo. La morocha le dijo “¿entendiste cómo es?” y el otro estaba que parecía un poco contento. Yo lo miré a los ojos profundo, mientras le pedía que no. Pero al pendejo no le importaba. Y empezó re zarpado. Me preguntó qué estaba haciendo y yo le contesté que solamente estaba con los vecinos sentado, y me dio un manotazo que me dio vuelta la cara. Se ve que tenía ganas como los duros, pero tenía que actuar distinto porque estaba la morocha que era como la profesora.
Al toque y, sin que yo haya hecho nada, el pendejo me sacó unas uñas de los pies. Y después, bueno… picana, también. Hasta que en un momento dice “traje algo que quería probar”. Yo no podía más. Ya estaba con el cansancio del dolor. Va a buscar algo a un cuartito al lado y trae una bolsa de plástico. Llegué a gritar que no pero al final del grito ya tenía la bolsa rodeando mi cabeza y el hijo de puta tirando fuerte que me apretaba mucho el cullo.
Fue un instante pero duró una eternidad. Zafé porque la morocha le dijo “¿qué hacés? Lo vas a matar así, nene, no te pases”. Hasta los duros le decían “sí, pollo, es muchísimo”, “así no vas a llegar lejos”, “tenés que ser más cuidadoso” y cosas así. Hijos de puta. La morocha decidió cancelar porque se puso de mal humor y me tiraron de nuevo cerca de la canchita, pero ya no había nadie.
