Cuando cumplió veinte años, Gonzalo y Marisa, los padres de Ezequiel, decidieron regalarle el auto viejo, modelo 2005, que ya no lo usaban y tampoco habían podido vender. Andaba a gas y, por tener motor chico, no gastaba mucho. Era algo ideal para él, que vivía en zona norte del conurbano bonaerense, trabajaba en el municipio vecino y estudiaba en Capital Federal. Además de que los transportes habían aumentado mucho, le implicaba ahorrar tiempo. A esas circunstancias se sumaba que Ezequiel demostraba ser bastante responsable y maduro, con lo cual no esperaban que volviera totalmente en pedo manejando por la Panamericana.
Lo que sí, le advirtieron, necesitaba un urgente paso por el taller para hacer, al menos, cambio de aceite y filtros, alineación y balanceo, cambio de correas de distribución, seguramente una batería nueva y algunas cuestiones de la electrónica. El mecánico que se había hecho cargo de ese auto durante el tiempo que estuvo en la familia se había mudado lejos, con lo cual fue tarea de Ezequiel encontrar uno nuevo. Su única idea fue ir al que quedaba más cerca de su casa.
Cuando volvió de hacerle la revisión al coche, no tuvo más opción que pedir plata prestada a sus padres para pagar la totalidad de los arreglos. Gonzalo, en un primer instante accedió a darle lo que hiciera falta, que podía devolvérselo cuando pudiera, y le preguntó de qué monto se trataba.
—Dos millones —contestó Ezequiel como si fuera algo normal.
—¿Eh? ¿Cuánto? ¿Qué le quiere hacer al auto? —a Gonzalo se le enfureció el rostro.
—Yo fui y le dije que le quería hacer las cosas que vos me habías dicho. Se lo quedó para revisarlo y me dijo que hay que cambiar el cigüeñal, el cárter, el burro, la…
—Pará un minuto. ¿Qué carajo dice, si todo eso está bien? Si el auto arranca, no hay que cambiar el burro. A lo sumo, los carbones, la chanchita o el bendix, pero todo no. Lo cual ni siquiera es el caso porque arranca en serio. Después, ¿el cárter? Si estuviera tan roto el cárter como para cambiarlo se habría fundido el motor de camino al mecánico… No entiendo, ¿te dijo algo más?
—Bueno, ni idea pa yo de esto… Dijo que al parecer el mecánico anterior le metía cualquier parche, “más que un mecánico debía ser un perro” me dijo. Y parece que por eso ahora hay que hacer tanto.
—¿Carlitos? Decile a ese hijo de puta que fue, es y será el mejor mecánico de todo Malvinas Argentinas… —empezó con el dedo levantado.
—No, bueno, no… —amagó a contestar Ezequiel.
—Y que a lo sumo sería un poco extraño en cuanto a las decisiones que tomaba, pero el coche andaba. An-da-ba. Eso es lo importante. No te digo que haya cosas que se pueden mejorar y cambiar, pero esto ya es un boludeo total. Si el burro arranca, ¿por qué habría que cambiarlo?
—Yo te dije que Carlitos hacía cualquier cosa —sacudió Marisa, al paso a su espalda, que se ve que había escuchado.
—Bah, ¿qué sabés vos? —revoleó una mano al costado de su oreja—. Eze, no le dejes el coche a este tipo te pido por favor, es un chanta total.
—¿Sí?
—Y sí, hijo. Te quiere cagar de arriba de un puente. Si no, a lo mejor hubiera dicho que había que cambiar otras cosas, más sencillas, no sé. Pero justo dice todas cuestiones que son evidentes, que si estuvieran mal el coche no funcionaría. Me doy cuenta hasta yo que no tengo idea de nada.
—Bueno, le pido que haga solamente lo que le dije cuando lo llevé.
—No, nene —Gonzalo levantó la voz—. A ver si te avispás un poquito. Si es un chanta y te está vendiendo un chamuyo, no le creas. Vas y le pedís el auto y te buscás otro lugar para llevarlo.
—¿Me acompañás? —preguntó Ezequiel un poco tímido.
—Hacete hombre, pendejo. Vos podés. El coche es tuyo. Acordate eso. Tenés todas las de ganar. Ahora andá, dale, que empieza un partido de no sé qupe parte del mundo en la tele.
