—Bueno, muchachos, tengo malas noticias para traerles —saludó Rafael Arechaga ni bien se paró en el escenario improvisado de pallets, en un espacio abierto al costado de la fila de producción. Abrió las manos en el aire en falsa disculpa y se sentó en la mesa que había encima del escenario, dejando un pie en el piso y otro colgado en el aire.
Al costado, también sobre el escenario, estaban el gerente de la fábrica, el supervisor y el delegado del sindicato.
—Tengo acá los números —Rafael levantó un papel escrito a mano; a lo lejos parecía un cuadro de tres columnas y un número redondeado—. Los ingresos bajaron, así que no queda otra que bajar los salarios de este mes un treinta por ciento.
—¿Eh? ¿Es una joda esto? —se quejó Rodrigo, haciendo montoncito con la mano.
—Treinta —contestó Rafael mirándolo a los ojos, desafiante.
—¿Cómo sabemos nosotros que no están dibujando los números?
—Acá los tenés —volvió a mostrarlos en el aire y después los tiró en la mesa—. Vení a pedírmelos después la reunión. Ya saben, al que no le guste lo que cobra en esta empresa, la puerta está abierta para todos.
—Es fácil para vos que nunca te falta nada. Yo si cobro el treinta por ciento menos no como una semana —contestó Rodrigo.
—Primero que nada vos agradecé —lo señaló—, que estuviste bastante bajo en la producción. Es más, este mes vas a cobrar con el treinta y cinco de descuento por productividad. Está en tu contrato, Rodtigo, lo lamento —Rafael cerró los ojos y levantó las cejas.
—No es justo —se enojó Rodrigo—. Hubo compañeros que rindieron menos y solo a mí me baja. Me está discriminando y con eso puedo ir a la justicia —agitó un dedo en el aire.
—Decime quiénes son que les bajo también —contestó Rafael—. No lo tenía registrado, pero me alegra que vos sí. Y le viene muy bien a la empresa.
Rodrigo se quedó en silencio. Miró a su alrededor y vio que el resto le esquivaba los ojos. Tragó saliva y agachó la cabeza.
