690. Toquetón

1 de noviembre de 2025 | Octubre 2025

Facundo abrió los ojos. Los párpados estaban más pesados que lo normal y un hormigueo le recorría por el cuerpo. No tenía puesta la remera. La visión borrosa no le permitía enterarse de dónde estaba. Una luz encima de su cabeza lo encandilaba. Sintió un dolor en el parietal derecho y su reflejo fue tocarse la cabeza, pero no pudo mover las manos: estaban aferradas a la mesa donde estaba acostado.

—Buen día, reina —escuchó Facundo y reconoció la voz de Ricardo, su ex jefe, que había sido despedido de la farmacia después de que se comprobara que vendía remedios vencidos y que reemplazaba algunos medicamentos por pastillas de kiosko.

—¿Dónde estoy? —preguntó Facundo, algo aturdido.

—En casa —contestó Ricardo y asomó su cabeza al costado de la luz. Tenía una sonrisa enorme.

—Me quiero ir —balbuceó Facundo, todavía débil.

—No, chiquito, ¿a dónde te vas a ir? —preguntó Ricardo y le acarició el pelo.

—Por favor…

—Ahora vienen unos amigos y vamos a hacer una fiestita —anunció Ricardo y acarició el cuerpo de Facundo hasta llegar a su verga.

—Salí —dijo Facundo y tensó su cuerpo.

—Ya te me escapaste una vez, lindo. ¿Te acordás? Cómo me tiraste ese ladrillo en la cabeza… Por poco no me mataste.

—Me robaste mi sueldo y me dijiste que me lo dabas si te chupaba la pija —contestó Facundo.

—Y bueno. Hay que obedecer al jefe, Facundito. Cuando te tomé pensé que ibas a trabajar distinto, que me ibas a servir. Y al final lo único que hiciste fue tirarte en contra mía.

—Hablemos, Ricardo, por favor. Soltame y hablamos —suplicó Facundo.

—Vos te me querés escapar. Y yo quiero que aprendas cómo tenés que ser para mí.

—Por eso, Ricardo, hablemos de cómo ser para vos, pero suelto. Te juro que no me escapo.

Ricardo lo miró como de soslayo y con una mueca pícara. Segundos después, contestó:

—Vos tenés miedo de lo que te hagan mis amigos. Por eso te querés escapar. Te prometo que, si te relajás, la vas a pasar bien —lo alentó Ricardo.

Facundo tironeó con sus brazos, pero los nundos no se aflojaba. Se desesperó y empezó a llorar. Ricardo se alejó un paso. Facundo lo escupió y lo insultó. Sonó el timbre.

—¡Llegó alguien! —celebró Ricardo—. Yo ahora voy a abrir. Para que veas que soy bueno, te aviso que hay una manera de que te desates, y ahí te dejo la ventana abierta —señaló al otro costado de la mesa—. De ahí podés pasar a la casa del vecino. Ahora depende de vos lo que suceda.

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