—Mamá —la voz de Mia sonaba molesta cuando entró en la cocina.
—¿Qué pasa, hija? —contestó Solange mientras cortaba cebolla.
—¿Vos sabés que la publicación que me habías mandado era vieja? —Mia se paró a un costado de ella y se cruzó de brazos.
—No sé de qué me hablás, nena —Solange no la miró.
—¿Te acordás que en el super no me dejaste comprar las maquinitas de afeitar buenas? ¿Que me dijiste que me fijara cuándo aparecía esa super oferta que habías visto en internet? ¿Y que me mandaste una captura de pantalla de la oferta? Es viejísima. Ese precio es del año pasado.
—¿En serio? —la miró Solange, fingiendo duda y con voz aguda, mientras tiraba la cebolla en una sartén con aceite—. ¿Cómo puede ser, si yo la vi ahora?
—A lo mejor porque la buscaste a propósito para no comprármelas —sugirió Mia.
—Ay, nena. Por favor. Pero, igual, digo… Vos tenés quince años. Ni novio tenés y ni hace calor todavía. ¿Para qué carajo te querés depilar? —Solange agitó una cuchara de madera en el aire después de remover la cebolla.
—Tema mío. ¿Me podés transferir así voy a comprar? —contestó Mia.
—¿Tema tuyo? —Solange se acercó un paso a ella.
—Tema mío. Transferime.
—No tengo —Solange sonrió irónica—. A esta altura del mes, encima… ¿Vos estás segura que es solo tema tuyo? Me imagino que no influye en la familia, entonces, ¿no? —sugirió Solange.
—¿Qué decís, mamá? —Mia se puso nerviosa.
—¿Qué estás haciendo con esas fotos que te sacás en pelotas, pendeja? —preguntó Solange, apretando los dientes.
—Ay, dejá, mamá, no entendés nada —cerró Mia y huyó de la cocina, sin siquiera cuestionar el espionaje.
—¡Que no me entere que andás haciendo plata así y no comprás nada en el mercado, nena, eh! ¡Te mato! ¿Me oíste? —amenazó Solange desde la cocina.
