El estudio jurídico era de los más prestigiosos del país o, al menos, de la ciudad. La oficina consistía en tres pisos de una torre de las más lujosas del centro. Tenía todo como para que los empleados se quedaran a vivir ahí: estacionamiento, gimnasio, bar, camas, cine teatro, lavadero, pileta, salón de juegos y hasta un boliche. Algo así como un paraíso para niños.
Y el personal también se esforzaba por ostentar y competir entre sí en cuanto a los lujos y la capacidad de consumo de cada uno. Para formar parte del personal era casi requisito provenir de una familia adinerada, ya que con los salarios del estudio era complicado mantener el nivel de chetaje de los empleados, aunque sí se repartía parte de los ingresos por los casos ganados.
Claro que había excepciones. En todo grupo de plata se margina a alguien que tiene menos y ese era el caso de los cadetes; a los empleados de limpieza apenas si los veían porque el consorcio contrataba una empresa que prestaba servicio doble: nocturno para no interferir en las tareas laborales de los empleados y diurno para los espacios como el boliche o el bar que tenían más concurrencia a la noche. Pero los cadetes prácticamente compartían su pobreza con el paisaje lujoso del resto.
—Hola, Rami ¿cómo estás? —le preguntó Martina—. ¿Te puedo pedir si me hacés unas photocopies?
—Sí, bueno. Ahora justo estaba ocupado pero…
—Sí, sí. Tranqui, cuando puedas. Today, igual, ¿sí?
—Bueno —contestó Ramiro mientras preparaba cuentas que tenía que ir a pagar.
—¿Vos estás haciendo ejercicio? Estás re flaco —le sonrió falsa.
—Eh, no…
—¿No? Mirá, te veía mucho más flaco, bajaste de peso, se nota. ¿Estás yendo al gym de acá?
—No, para nada —dijo tragando un bostezo.
—Ah, porque ¿sabés que las máquinas hay que limpiarlas después de usarlas?
—Sí, no… estoy más flaco porque vengo caminando.
—Ah, ¡qué bien! Muy buena idea. Está working muy bien, eh. Te queda mejor, bajaste bastante ya.
—Sí, pasa que vivo lejos, como a quince kilómetros.
—Capaz que entonces empiece a hacer lo mismo, en vez de ir a matarme al gym puedo cada tanto venir caminando, aunque no vivo tan lejos, pero algo me va a servir.
Ramiro no la escuchaba ya, había perdido horas de sueño por llegar al trabajo y le costaba un poco seguir el paso de las conversaciones que no eran con sus jefes.
—Bueno, porfa, las copys —y se alejó justo cuando Ramiro estaba pegando un cabezazo al aire.
