—¡Micaela! ¿Me podés explicar esto por favor? —preguntó David mientras arrastraba a un chino de la campera hasta la puerta del cuarto de su hija mayor.
—¿Qué pa? —preguntó ella, tirada en la cama con su celular.
—¿Vos trajiste este chino a la casa? —insistió David, ya adentro de la habitación. El chino miraba serio desde el pasillo.
—Sí, me lo dieron en el Chinese Market. Viste que ahora te los dan, así, como… No sé.
—¡Es que son ilegales ahora, nena! —gritó Julián—. Te los regalan porque no se quieren quedar con el quilombo. ¿Por qué carajo lo acepaste?
—Fui a comprar la coca y las papas. Dos mil ochocientos me dice. Le doy tres mil. Me pregunta si tengo aplicación porque no tiene cambio. Le dije que me había olvidado el celular, porque, obvio que no le voy a decir que me da miedo que me lo afanen, digo, va a pensar que soy una pelotuda y que…
—¡Micaela! El chino, Micaela —ordenó la conversación David.
—Ahí me dice que si me puede fiar el vuelto. Le digo y no tenés unos caramelos, algo. Me dice te puedo dejar el chino, y se corre y veo al chino ahí sentado, como escondido. Ni celular tenía, nada. Miraba la pared de un mueble, no tenía nada más para ver.
—¿Y le dijiste que sí? Micaela, ¿sos pelotuda?
—Bueno, papi, no sé… Me parece que vale más que los caramelos.
—Andá, llevalo de nuevo al Market y decile que gracias pero que no te lo podés quedar.
—Ah, sí, claro, y quedo como la pelotuda que aceptó el chino sin que le dieran permiso en la casa. Ni en pedo —se quejó Micaela.
—¡Nena! A ver si me entendés. Son i-le-ga-les. No se puede tener en la casa. Es como si hubieras traído… ¿cuánto pesás, chino? —le preguntó David.
—Setenta y dos —contestó en un achinado castellano.
—Setenta y dos kilos de merca a la casa —cerró la idea David, con los brazos en jarra.
—Entonces somos ricos —dijo Micaela.
—No me tomés por pelotudo. Llevate al chino ahora, te lo pido por favor.
—¿Y si no me lo reciben? —preguntó Micaela, casi en un susurro, invitando a la confidencia.
David se agachó y se acercó a su hija para contestarle, en el mismo tono:
—Entonces… agarrás, lo paseás un poco por algunas cuadras que estén para el otro lado del barrio, no donde él estuvo quince años, y en cuanto puedas, te echás un pique que lo perdés.
—Pero me va a perseguir.
—Hija, estos tipos se la pasaban fumando. Vos tenés diecisiete, si no te podés sacar a este chino de encima… Quizás entonces te merezcas hacerte cargo de él. Confío en vos, nena. Corré rápido.

