—Ay, no, boludo, no mires para allá —dijo Tatiana, mientras tapaba con un brazo la mirada de Matías.
—¿Qué pasó? —preguntó él.
—Vi una familia ahí tirada.
—Y vamos a anotarlos entonces —sugirió él.
—No, dale, hagamos como que no lo vimos, ya fue —resolvió Tatiana mientras empezaba a tironear de su remera.
—Pero es nuestro trabajo. Vinimos a eso —Matías contestó con algo de enojo.
—Ay, dale, boludo. ¿Vos creés que el gobierno de verdad quiere saber cuántos negros hay en la calle? —se burló Tatiana—. Por algo en la oficina nos dijeron que eligiéramos el barrio que queríamos para ir a relevar. Debemos estar todos en Belgrano y Palermo.
—Pensé que era por eso de que el valor de la libertad está bueno traerlo al trabajo, como dijo la coordinadora.
—Sos muy ingenuo, Mati. Pensá, boludo —Tatiana se apuntó a la sien—. ¿Es mejor tener más o menos pobres en la calle?
—Menos.
—Bueno, por eso. Si no los contamos, no van a existir, ¿entendés? Digo, cuando haya que decir el dato.
—Es verdad. Pero, igual, estaría bueno que el gobierno lo sepa, ¿no? No digo que lo sepan todos y que se anuncie. Nomás que el gobierno sepa cuántos son.
—¿Para qué? —lo miró acusándolo de idiota.
—No sé… Para saber si hay más o menos —dijo Matías encogido de hombros.
—Esas cosas las resuelve el mercado. Esto es para que anunciemos que estamos joya y listo. Es obvio.
—Bueno. ¿Podemos ir a anotar esa gente, por lo menos? Tengo la planilla vacía. No quiero que piensen que no hice nada.
—Yo también tengo la planilla vacía y ni me quejo. Dale, Mati. Te dije de venir acá porque están los lugares que me gustan para tomar algo. Y está cerca de casa —agregó ella en otro tono.
—Me parece fantástico que te guste el barrio, que no te hayas movido lejos para hacer el trabajo, pero si queremos que mejore, tenemos que ir a anotarlos.
—Es verdad, podría mejorar Palermo —dijo Tatiana, pensativa—. Se me ocurre una rollersenda, para los que usamos rollers, porque andar en la bicisenda es un peligro. Además, ellos necesitan menos espacio, te diría.
—Decía mejorarlo porque haya menos pobres en la calle —corrigió Matías.
—Escuchá, pará. Esa gente ni siquiera está para anotar —señaló ella con la mano abierta, volviendo a referirse a la familia.
—¿Cómo que no?
—¿No ves que acá la planilla dice “sin techo”? Bueno, esa gente está abajo del techo aquel. No es para anotar.
—Pero si… ¿Estás segura? —dudó Matías.
—Re —aseguró Tatiana.
—Bueno, está bien.
