Los muchachos habían decidido hacer una reunión más chica para festejar el día de la lealtad a sí mismos. Ya no querían esas expresiones masivas de unidad popular en las calles para recordar tiempos pasados en los que sus antecesores se enfrentaban al poder en cuerpo y alma. Ya cansados y cómodos, preferían compartir una comida rica, íntima; a lo sumo recibir algún que otro aplauso.
La sede de la CGT se había vestido de fiesta para el evento. El lugar principal donde se congregarían los popes sindicales era la Biblioteca Obrera Eva Perón, dado que el salón Felipe Vallese, por estar lleno de butacas, no permitía la circulación ideada para el cóctel.
Como para generar vínculo con los trabajadores, se transmitía todo por Youtube, a través de varias cámaras que mostraban a los dirigentes disfrutando su reunión.
Al mismo tiempo, habían sentado frente una cámara a Armando, dirigente del Sindicato de Empleados de Comercio, que de tan grande que era y por haber estado presente el 17 de octubre del 45 en la Plaza de Mayo, contaba cómo lo había vivido.
Eran dos o tres los que escuchaban al viejo hablando. El resto, que ya conocía de memoria la anécdota, preferían aprovechar el tiempo para ellos:
—Gordo, menos mal que dijiste de organizar esto acá —festejó el jefe de los metalmecánicos—. No me dan las piernas ahora para estar parado, imaginate si me hacían caminar quince cuadras.
—Es que el pibe de Hugo está loco —dijo un ex triunviro de la central mientras se llevaba un índice a la sien—. Él porque tiene cincuenta, una cosa así. Pero acá hay varios que ya no podemos estar haciendo esas cosas. Mucho esfuerzo —negó con la cabeza.
—Además el lío que es para la gente, ¿viste? Después nos putean —se excusó el dirigente de la construcción—. Y más vale. Si hasta yo la otra vez, que me fui temprano, terminé puteando también a los compañeros porque era un quilombo la calle.
—Y el boludo de Omar que se hace el pendejo y luchador… —agregó bajito el ex triunviro antes de engullir un sanguchito de salmón, palta, queso crema y rúcula.
—¿Qué dicen los viejos chotos? —como si lo hubieran invocado, se acercó Omar, también viejo como ellos.
—Guarden todo que llegó el Che Guevara… —le cortó el rostro el metalmecánico.
—Venía a preguntar cuándo va a ser el congreso —contestó Omar—. Pasa que con mi señora nos vamos a Roma por los cincuenta años de casados y…
Justo en ese momento, se armó un revuelo alrededor que lo interrumpió. Armando se levantaba de la silla a las puteadas limpias, sostenido por un secretario de su sindicato.
—Me tienen hablando solo y ni siquiera sale esta mierda —se quejó y empujó una cámara sostenida por un trípode frente a él—. Que tengo ganas de ir al baño hace media hora y…
—¿Qué pasó? —preguntó el ex triunviro a un dirigente jubilado.
—Parece que nunca arrancó la transmisión por internet —contestó—. Y el viejo estuvo hablándole a una cámara apagada.
Empezaron a reírse, pero duró poco. Desde afuera entró ruido de bomos y un grito: “¿a dónde está que no se ve esa famosa CGT?”. Se asomaron por la ventana y entendieron que la tarde sería más larga de lo que imaginaban.
