664. Perrera

3 de octubre de 2025 | Septiembre 2025

Cuando se murió mi mamá me quedé sola con esta casa enorme. Y todavía más que la casa, el jardín, donde está enterrada una pierna de mi viejo —mamá no se quería desprender de todo su cuerpo; el cementerio nunca le gustó—. La casa era demasiado vacía para mí. La música y la radio borran el silencio un rato, pero no dan vida.

El gato que mamá había traído ya casi no vivía acá. Creo que había encontrado un lugar donde no se olvidaban de darle de comer. Y aunque a veces yo me acordaba, tampoco le daba porque nos llevábamos mal.

Un día decidí empezar a cuidar perros que estuvieran perdidos. Y traje un callejero que encontré por ahí. Petiso, simpático. Un poco amarrete con la comida, que nunca me quería compartir.

Después de él, cambié de idea y no traje más perdidos. Me compré un terranova, raza canadiense de peluches gigantes de ochenta kilos. A él le siguió un pastor belga groenendael, también negro, hermoso. Y después conseguí, juntos, un beauceron francés y un perro lobo de kunming chino.

El último en llegar fue el mastín americano. Todos perros grandes y de distintos países.

Yo salía al mediodía, tiraba una mezcla de carne y alimento balanceado en el piso y nos poníamos a comer todos juntos ahí, en familia, cada uno respetando el lugar que le tocaba. Yo, con comida humana, aclaro.

Al callejerito se le complicaba a veces, porque los demás eran todos perrotes y se comían todo. Es más, para mí que lo dejaban vivo porque algunos se lo culeaban. Él se dejaba, igual. Creo que le gustaba.

Hasta que un día me di cuenta que no estaba el chiquitín. Y me acordé que hacía ya unos días que no lo veía y que la última vez que lo había visto era un sábado, durante la comida.

El chiquito estaba bastante flaco; no se hacía respetar. Y yo ya me había cansado de tirarle un pedazo lejos para él solo. Se las tenía que arreglar solo. Así es la naturaleza, que Dios me perdone.

Ese último sábado, el mastín americano lo había corrido fuerte y no lo dejaba ni acercarse a la comida, así que el otro se fue solo. A mí me dio gracia.

Cuestión que, cuando me acordé, una semana y pico más tarde, me fui a revisar el jardín a ver si estaba por algún lado, o si se había escapado por el portón.

Hasta que lo encontré. Estaba muerto y todo comido, al lado de la pierna de papá que se ve que la había desenterrado como para comer algo, que también estaba un poco masticada.

No sé si habrá sido que los otros perros le pelearon la pierna y lo comieron a él o qué. Es tan grande el fondo que no escuché nada yo, si es que estaba en la casa.

Y bueno, así es la vida. Algunos vienen y otros se van. Me viene bien igual, porque yo ya quería traer un mastín italiano, pero me parecía mucho con todos los que ya tenía y estaba esperando que se liberara un cupo en la casa.

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