662. Ludópata

2 de octubre de 2025 | Septiembre 2025

Después de haber probado incontable cantidad de terapias para tratar su adicción al juego sin que ninguna le resultara, Luciano había aceptado la propuesta de un amigo: probar con un psicólogo que se dedicaba a terapias nuevas, más cortas, de impacto inmediato. Eso sí, le avisó que era algo más cara que una terapia normal.

Al principio, Luciano dudó. Como todo buen jugador, veía cada gasto como una chance menos de hacerse rico de la noche a la mañana. Si terminó aceptando la propuesta, fue porque acababa de vender el auto para pagar deudas. Prefirió invertir las sobras del coche en una terapia que, al menos, le salvara la casa.

Así fue como conoció a Leonardo, un psicólogo joven, quince años menor que él, y que aparentaba despreocupado y exitoso.

El mecanismo de la terapia era sencillo. Primero tendrían dos sesiones, del largo que hiciera falta, como para exponer el problema sin pelos en la lengua y aportar datos de la vida y la personalidad del paciente.

Luego, se produciría un tercer encuentro, diretamente en el lugar donde se le presentaba el desafío a Luciano, y donde intentarían resolver, en la práctica, el problema que lo aquejaba.

Leonardo le había avisado de antemano a Luciano que sería sometido a pruebas donde habría estímulo y respuesta, y que su tarea como terapeuta era incentivar la conducta buena y la mala, por decirlo de alguna manera. Aclaró que estaba convencido de que Luciano triunfaría contra su adicción.

Se encontraron un sábado a la tarde en el Casino de Buenos Aires. Luciano compró fichas y unas cervezas para ambos. El de la barra lo saludó por el nombre.

De ahí, fueron a la ruleta artesanal. Luciano saludó al crupier con un guiño y “¿cómo andás, campeón?”. La última vez que lo había visto se había meado al costado de la mesa por no dejar de jugar.

—Hagan sus apuestas —invitó el crupier.

Luciano dejaba caer sus fichas en el paño y las levantaba en pila con un movimiento mecánico. Leonardo se puso detrás de él y le empezó a susurrar al oído:

—Pensá en tu hijita Cami. El futuro de Cami. Jugale al quince. ¿Vas a dejar a Cami sin futuro? ¿Sin hogar? ¿El diecisiete te gusta más? Los ojos de Cami llorando porque no tiene zapatillas. Vos podés. El quince, el quince —susurraba Leonardo.

A Luciano le transpiraba la frente y las manos de los nervios. Escuchaba a Leonardo mientras miraba al crupier. En el momento exacto en que iba a cerrar, se apuró a colocar sus fichas en varios números del paño.

—No va más —dijo el crupier y lanzó la bola en la ruleta.

Leonardo se puso al costado y lo miró con decpeción. Luciano evitó cruzarle la mirada y se concentró en el resultado.

—Quince —anunció el crupier.

—Pero la puta madre —lamentó Luciano, que no le había apostado.

—¿Viste? Yo te dije… —aleccionó Leonardo. Suspiró y retomó—. Vamos a de nuevo, a ver si esta vez gana Cami.

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