661. Sapo de otro pozo

1 de octubre de 2025 | Septiembre 2025

Todos sabían que Álvaro Pomito, a pesar de tener un apellido un tanto idiota, era un tipo pesado. Empresario de la duda y lo turbio, siempre andaba en la noche en lugares exclusivos. Su sola presencia —la de los autos y los patovicas que lo acompañaban— se hacía notar. Quienes lo tenían a pasos notaban la calidad de su ropa fina y sus perfumes exquisitos.

Laureano, de tanto ver cómo se rodeaba de farándula y de mujeres voluptuosas que nunca se repetían entre cada aparición pública, empezó a admirarlo. Plata, mujeres y fama. Todo lo que necesita un hombre.

Se rumoreaba que Álvaro había hecho su fortuna desde cero, mediante la venta de drogas sintéticas que él mismo había fabricado durante muchos años y que lo de los restoranes era una fachada. Era verdad.

Tan buena era la calidad de lo que vendía que Álvaro que, en poco tiempo, después de moverse rápido en el ambiente, consiguió clientes importantes y, con ellos, protección.

Cuando juntó suficiente se puso el primer restorán como para blanquear su fortuna. Fue a partir de ese momento que empezó a tener fama y cada vez más contactos.

Laureano era líder de una bandita que vendía marihuana y merca mal cortada. Tenían dos depósitos, uno en Boulogne y otro en Pacheco, y no llegaban a ser veinte las personas que trabajaban para él.

Laureano decidió convertirse en socio de Álvaro. Empezó yendo a los restoranes, pero nunca lo veía. Le dejó su teléfono a un encargado para que se lo hiciera llegar. Dos meses más tarde, ya no tenía esperanza en que lo llamara.

Así que empezó a ir a los mismos boliches que Álvaro. El presupuesto era muy alto como para Laureano; desde el vamos sabía que no lo iba a poder mantener tanto tiempo.

Sin embargo, tuvo suerte: la segunda vez que fue a un boliche, Álvaro estaba ahí. Laureano rebotó en la entrada al VIP, esperó afuera hasta que él saliera y, por algún motivo, capturó su atención.

—Somos colegas, tengo una idea genial para darte. Nos complementamos muy bien —dijo Laureano.

Álvaro le pasó su número y acordaron un encuentro, dos días más tarde. Para sorpresa de Laureano, Álvaro estaba muy interesado en que fueran socios. Para Laureano era un sueño hecho realidad.

Una tarde, juntó a todos los pibes en el depósito de Boulogne, les presentó a Carlos, el asesor de Álvaro, y les dijo que ahora trabajaban para él, que era el nuevo socio de la empresa.

Laureano, que no paraba de sonreír, le facilió a Carlos ese mismo día todos los contactos de proveedores y clientes. Carlos le agradeció y salió.

Al día siguiente, cuando Laureano quiso ir al mismo depósito, se encontró con un tipo grandote en la puerta que no lo dejó pasar. Laureano quiso plantarse y pedirle ayuda a sus pibes, pero ya era tarde: adentro había cinco grandotes más, todos enfierrados.

Compartí este pasquín

¿Querés recibir un correo electrónico con los pasquines que se publican en el blog?

Suscribite completando tu nombre y correo electrónico.

<div class="emaillist" id="es_form_f1-n1"

Importante: Te va a llegar un email que tenés que abrir para confirmar tu correo.