—¡Alabado sea el Señor! ¡Aleluya, hermanos! —arengaba el presidente desde el escenario montado en la Avenida 9 de Julio en la presentación de su libro. El escenario era más ancho que el espacio cubierto por seguidores debajo de él y, de esa manera, delataba que la expectativa de asistentes había errado demasiado—. ¡Digamos amén!
—¡Amén! —contestó el público.
—¡O sea, amén! —repitió el presidente.
—Amén —sonó más débil.
La pantalla del escenario solamente mostraba planos cortos para que no se notara la poca concurrencia. Algunos medios ensobrados repetían ese método.
—Hermanos, estamos aquí, en este magnífico encuentro, o sea, para unirnos con el Señor, con el Todopoderoso, que no es negro como nos quisieron hacer creer el movimiento woke con la película de Morgan Freeman. ¿Quieren a Dios entre nosotros, hermanos?
—¡Sí!
—¿Tienen fe en el Señor? ¿Tienen fe, digamos, en el gobierno? ¿Quieren que este sea el Reino de Dios?
—¡Sí! —volvieron a gritar.
—Entonces ahora les voy a enseñar cómo el Señor puede quitarnos el pecado que el Maligno y sus kukas, o sea, nos han dejado. Para el siguiente milagro, voy a invitar a mi amigo vocero recientemente herido por la casta: ¡Manuel!
Un tímido aplauso recibió al vocero, que ingresó en silla de ruedas desde un costado, saludando con una mano mientras alguien lo empujaba desde atrás.
—Si confían en el Señor, hermanos, aporten a nuestra causa. Mi hermana va a pasar a buscar sus aportes —invitó el presidente y la cámara enfocó a a su hermana que andaba entre la gente rodeada de cuatro custodios y con un sobre en la mano—. Querido Manuel, ¿cómo estás? —preguntó el presidente.
—Míreme, presidente. Quedé paralítico por el violento ataque de una patota peronista zurda narco —contestó Manuel con pesar mientras la pantalla mostraba un video de pésima calidad de una golpiza. No se podía identificar ni al atacado ni a los atacantes.
—Manuel, ¿tú crees en este gobierno? ¿Tienes fe en el Señor?
—Tengo fe.
—¡Mantén la fe, hermano! —gritó el presidente mientras ponía una mano en el aire, encima de sus piernas—. ¡El Señor obra a través de ti! Repite conmigo: ¡Sálvame, Señor!
—¡Sálvame, Señor!
—Que tu poder entre en Manuel, Padre Todopoderoso. ¡Mantén la fe, hermano! ¡Quita a Lucifer de nuestro hermano, Señor! —gritó el presidente, que agarró al vocero de la camisa y lo revoleó al escenario. Manuel saltó en el escenario y quedó de pie antes de comenzar a caminar.
El público estalló en un aplauso. Manuel abrazó al presidente.
—¡Alabado sea el Señor! ¡Alabado sea el gobierno! —festejó el presidente y luego se mostró abatido, como si el poder le hubiera quitado sus energías—. Gracias, hermanos míos. Los dejo ahora con el Pastor Ledesma que hará su poder de conversión de monedas.
