—¡Javier! —gritó Karina, sentada en el sillón Luis XIV del salón, con un tono que le avisaba que no lo convocaba para probar unas nuevas galletas o para darle un sobre con dólares a modo de premio, aunque tampoco era un grito que anunciaba un reto. Esperó unos minutos mirando su celular y, como no hubo respuesta, repitió—. ¡Javier!
—¿Me llamaste? —preguntó Javier, casi escondido detrás del marco de la puerta. Se le dejaba ver la remera de Batman y el slip verde flúor con signos de pregunta como el Acertjo.
—Vení acá —señaló Karina al lado del sillón.
—Pero… ¿pasó algo? —preguntó con las manos agarradas.
—Vení acá que no te voy a hacer nada —repitió Karina, con los dientes un poco apretados.
Javier caminó hasta ella en patas, que se notaban sucias sin necesidad de que exhibiera la planta. La cabeza gacha y la mirada esquiva delataban que algo ocultaba.
—¿Qué te dije de los juguetes? —preguntó ella.
—Eh… Que… No me acuerdo —dijo Javier mirando para un costado.
—Que los tenías que… —contestó Karina abriendo los ojos grandes y dándole tiempo a que completara la frase. Como no sucedía, siguió ella—. Gua…
—Guardar —completó Javier—. ¡Pero yo guardé todo! —se apuró a asegurar.
—¿Y por qué había un consolador tirado en la cama? —acusó Karina.
—¡No es mío! —gritó Javier—. Yo había dejado todo guardado, todo prolijo, como vos me enseñaste.
—Ah, no, claro. Debe ser mío entonces, ¿no?
Javier no contestó.
—No me mientas más, Javi. Ya el otro día me dijiste que habías traído un perrito. Te dije que no lo quería en la casa y me dijste que era de peluche. Entonces te dije que sí y, al otro día, el jardín estaba todo destruido por el perro ese que era de carne.
—Perdón, es que… —Javier contestó con las manos escondidas detrás de su espalda y el mentón pegado al pecho.
—No, perdón, nada. Mentile al resto. A mí, no me mientas más porque me voy a enojar —dijo Karina con una mano abierta—. Ahora, andá que te dejé unos decretos para firmar ahí en el despacho, por favor.
—Bueno… —contestó y empezó a irse. Dio unos pasos y frenó—. ¿Me perdonás?
—Lo voy a pensar cuando hayas firmado —contestó ella, seria.
