657. No bombardeen Buenos Aires

25 de septiembre de 2025 | Septiembre 2025

A Felipe Tomasini, que había accedido al cargo de diputado nacional por el solo hecho de haber compartido con el presidente unas horas por casualidad, le tocaba una de las decisiones más importantes de la historia. El gobierno había enviado el proyecto de ley que declaraba la guerra a la Unión Soviética —error de tipografía, dijeron desde la Casa Rosada— y sus aliados. Además, solicitaba deuda para financiarla.

Tres años atrás, un sábado a la noche de agosto, Felipe había comprado una entrada para un evento que organizaba un amigo suyo, que consistía en visitar casas en las que se escuchaba el caminar de las ratas dentro de las paresdes.

Ahí había conocido al presidente, cuando era solamente diputado. Le había costado reconocerlo: tenía una barba postiza y anteojos. Pero hablaba igual que siempre y eso lo delataba.

Felipe, economista de treinta y seis años y seguidor de las ideas del presidente, se acercó a saludarlo y entabló una conversación que derivó en un intercambio de contactos.

Al día siguiente le escribió, pero el presidente no contestó. No hubo más mensajes en el medio, hasta dos años y medio más tarde, cuando una madrugada Felipe recibió un mensaje del presidente preguntándole si le gustaría ser diputado nacional.

Felipe estaba entre sorprendido y desconcertado. Algo de la idea lo entusiasmó y contestó, la noche siguiente, que le parecía una buena idea, y que quería interiorizarse más.

Fue a una reunión en la que le dijeron que necesitaban gente que votara en el Congreso como se le ordenaba, y que el gobierno no se podía permitir más diputados que llegaran al recinto en sus listas para terminar votándole en contra.

Felipe accedió a la propuesta. Se hizo los estudios médicos que pedía el partido y, además, una copia digital de su persona. Además, el gobierno envió un equipo de relevamiento a su casa. Sacaron fotos y anotaron en planillas hasta el último detalle de la casa.

Justo antes de asumir, el presidente había convocado a todos los diputados electos en un galpón, los había sentado frente a una pared y, con un chasquido, había mostrado sus cartas: robots idénticos a cada uno de ellos entraban desde un costado.

—Estos son ustedes, y se actualizan día a día con todo lo que surge en los medios y la copia digital suya que tienen de base —explicó un ingeniero.

—Básicamente, o sea, ustedes no hacen lo que decimos y los reemplazamos por estos robots que hizo mi amigo Elon. Y no crean que no son iguales a un humano, porque lo son. Tienen flujos y órganos y todo —explicó el presidente—. Yo mismo los probé.

—Esto es una locura —dijo un diputado y, al instante, su robot idéntico se acercó hasta él y, en un movimiento invisible de rápido, lo agarró del cuello y apretó. Bastaron segundos para que el diputado cayera muerto.

—Ninguna locura, diputado —contestó el presidente hablándole al robot, que pasó a ocupar el lugar del diputado humano y sonrió.

Un año más tarde, el proyecto bélico del gobierno, alineado a los intereses yanquis, lo obligaba a decidir entre votar en contra y ser asesinado y reemplazado por un robot en los pasillos del Congreso o, de lo contrario, votar a favor del proyecto y saber que su familia, amigos y él mismo tendrían que vivir en una ciudad bombardeada.

Compartí este pasquín

¿Querés recibir un correo electrónico con los pasquines que se publican en el blog?

Suscribite completando tu nombre y correo electrónico.

<div class="emaillist" id="es_form_f1-n1"

Importante: Te va a llegar un email que tenés que abrir para confirmar tu correo.