651. Arquero volante

19 de septiembre de 2025 | Septiembre 2025

Eduardo Basilotta había tenido una magra actuación deportiva en sus años de futbolista amateur. Ostentaba, sin embargo, un récord que nadie tenía: había jugado en catorce ligas regionales de fútbol. En la Liga Balcarceña había tocado el cielo con las manos, y en la Maipuense había conocido a Clara, su esposa. De cada una se había llevado historias para su vida.

Pero fue en la Liga de Necochea donde tuvo, en un club, el reconocimiento y amor de la hinchada: en todos los entrenamientos había cuatro o cinco chicos que se rateaban de la escuela para ir a festejarle los goles. Y los fines de semana, cuando el equipo ganaba, la panadería de Fernández le regalaba a cada jugador media docena de facturas.

Por eso, cuando casi treinta años más tarde, siendo técnico, lo llamaron para ayudar al club, no dudó ni un instante.

Firmó el contrato casi sin mirar las condiciones. No iba por plata, si ya sabía que no iba a ver un peso. Solamente le interesaba darle a la gente lo mismo que antes le habían dado a él.

El día que se presentó en el club se llevó una mala impresión. Las instalaciones se habían venido abajo. La pintura que aún se adhería a las paredes tenía sus tonalidades opacadas por el gris amarronado de la tierra y los alambrados estaban prácticamente desarmados.

Pedro Arechaga, presidente del club que de niño solía ratearse de la escuela para ir a ver los entrenamientos, lo condujo hasta el vestuario para presentarle al equipo, o lo que quedaba de él.

—Buenas tardes, muchachos —saludó Arechaga a los tres jóvenes de alrededor de viente años que estaban cada uno en un rincón, sin hablarse. Tampoco contestaron el saludo, apenas levantaron la mirada hacia ellos—. Acá está Eduardo, una gloria de nuestra institución que volvió para ayudarnos a que no nos descalifiquen.

—¿Y los demás? —preguntó Eduardo, sorprendido.

—No hay más. Quedaron estos después de un escándalo de drogas, apuestas y peleas. Viste cómo es esto…

—¿Entre los jugadores?

—No… En la comisión directiva. Hasta menos hinchas tenemos… Los familiares, viste…

—¿Cómo hago para jugar? —preguntó Eduardo.

—Justamente eso: vas a jugar vos. Por lo que vi, yo puedo pedir un permiso especial para que vos seas jugador, que seguro me lo dan porque la liga es. Y después, bueno, que nos metan la menor cantidad de goles posible —apretó el ceño Arechaga, confiado.

—Pero yo no puedo correr una pelota —aclaró por lo bajo Eduardo, casi en secreto,inclinado hacia adelante.

—Yo me acuerdo que una vez, hubo un partido que echaron al arquero y entraste vos. Y atajaste una pelota… —Pedro achinó los ojos y estiró los brazos arriba a la derecha—. Al ángulo iba, con una comba… Contra Estación Quequén fue ese día.

Eduardo lo miró. No recordaba haber atajado ni ese día ni ningún otro. Miró de reojo a los jugadores y vio que ellos lo miraban atentos.

—Fue una buena atajada —inventó Eduardo—. Espero que ahora, con la panza que tengo, la pueda repetir. Por lo menos voy a tapar más el arco. Bueno, muchachos, ¿empezamos una entrada en calor?

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