647. Acortar distancia

15 de septiembre de 2025 | Septiembre 2025

Damián estaba entrenando a su hijo en el oficio que él mismo había heredado de su padre: la herrería. Ahora que Franco tenía dieciocho y no sabía qué hacer de su vida, era momento de resolverle la duda. Franco ya sabía algunas tareas, como hacer puntos sencillos y prolijos para una reja. La vida, el oficio, lo formarían después, al enfrentarse a situaciones que no sabría resolver.

Al mismo tiempo, Damián resolvía sus propias dudas: qué más tenía que hacer él por Franco y si Franco tenía algo que hacer por sí mismo para ganarse la vida. La herrería era lo único que podía enseñarle.

Los habían contratado de un club de la Primera C, para rehacer unos portones de reja de la cancha que, después de décadas sin mantenimiento, existía igual peligro si estaban o no ahí.

Tenían que hacer el trabajo en el club, que ya había conseguido los materiales necesarios. Ni un pedazo de hierro de más. Damián estaba al tanto de eso y confiaba en su calidad para la exigencia del trabajo.

Cada uno trabajaba un portón distinto en su sector. En cuestión de dos días, como mucho, el trabajo tenía que estar terminado.

—Pa, ¿dónde hay más varillas del 8? —se acercó a preguntar Franco a la tarde.

—No, hijo. Eran la que tenías —contestó Damián, conteniendo el parto de una bronca—. ¿Por qué? ¿No usaste todas?

—Sí, ya… No llegan a cubrir todo —contestó Franco, rascándose la cabeza.

Damián no dijo nada. Refunfuñó y caminó hacia el portón en que trabajaba su hijo. Le faltaban rejas verticales los últimos treinta centímetros.

—Me estás jodiendo —lamentó Damián y llevó una mano a su frente—. Nene, sos un boludo. ¿No te diste cuenta antes? No presentaste antes de hacer los puntos, ¿no? —dejó unos segundos de silencio que se apuró a cubrir—. No digas que sí, porque si lo hiciste sos más boludo.

—Disculpá, pa. ¿No puedo ir a comprar?

—No, ¿qué? No nos van a dar un peso estos ratas, si por eso nos dieron los materiales contados.

—No son ratas, pa. Es que no tienen tanta plata, son un club del ascenso —explicó Franco.

—Bueno, yo tampoco tengo —levantó el tono Damián—. La puta madre, a ver si todavía le tengo que bancar el portón a estos tipos.

—Yo pongo, pa. Yo les pago lo que… —arrancó Franco.

—¿Qué decís, nene? Ahora vas a aprender un truco de tu abuelo —dijo Damián, seguro de sus palabras.

Empezaron a doblar, entre martillazos y palancas, las rejas verticales del medio, dándoles forma de flecha, como para cubrir la distancia vacía. Una vez que terminaron. Franco preguntó:

—¿Y esos huecos que quedaron? —señaló Franco—. Por ahí se mete cualquiera, pa.

—Escuchá bien, porque es una clave de la herrería. Una de tu abuelo. Esto, cuando nos pregunten por qué es así —señaló la reja—, decimos que es diseño del herrero, que funciona bien igual, aunque le parezca que no.

—¿Eso decía el abuelo?

—Y claro. El chiste de ser artesanos es este. Inventar.

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