—Nueva York ataca a California —arrancó Emiliano el primer turno del TEG. Había entrado ese año al colegio y era la primera vez que sus compañeros de tercer año lo invitaban a sus noches de juego y escabio. Fue tan difícil hacerle entender las reglas, que decidieron jugar e ir explicándolas a medida que la partida se desarrollaba.
—Pero no, boludo, habíamos dicho que íbamos juntos contra Mati —se quejó Lolo, dueño de California en el reparto de países—. ¿En serio me decís?
—Igual no se podía hacer pactos —acotó Matías.
—Nueva York ataca a California —repitió Emiliano, serio, que dejó la boca apenas abierta y los ojos abiertos, con sus pupilas casi en las cejas, mirando a Lolo, sentado de su mismo lado de la mesa.
—Bueno, dale. Tirá —resolvió Lolo.
Emiliano tiró dos dados. El más alto fue un tres. Lolo tiró su único dado: seis. Según las reglas, Emiliano perdería una ficha que tenía que retirar del tablero. En cambio, él colocó las suyas en el territorio californiano.
—Gané —dijo Emiliano.
—No, ¿qué? —Lolo levantó un montoncito en el aire.
—Te ganó él, perdiste una ficha —le explicó Guido a Emiliano.
—Es mía —contestó Emiliano y lo miró serio a Lolo que, a pesar de ser más alto y corpulento que él, escondió la mirada—. Esta también es mía —dijo y conquistó Islandia con una ficha sin tirar un solo dado.
—Pará, no. Tenés que ganar —levantó un hombro Lolo, algo más confiado.
Emiliano volvió a mirarlo agachando la cabeza, desde abajo, con la boca abierta y la mirada sostenida.
—¿Qué? —desafió Emiliano a Lolo, al mismo tiempo que tiraba un latigazo de mentón, corto y fugaz. Una invitación a definir la titularidad de Islandia a las trompadas limpias.
Lolo se asustó. No estaba acostumbrado a sentirse dominado, más bien se dedicaba a pegarle piñas y patadas a sus amigos en sus brotes de testosterona. Se le aguaron los ojos y el labio le tembló apenas, lo suficiente como para que él pudiera negarlo, y los demás, afirmarlo.
—¿Vamos a ver el partido de Estudiantes que jugaba ahora? —le preguntó Guido a Matías.
—¡Amigo, tenés razón! —festejó Matías, que no era hincha de Estudiantes.
—Vamos, dale —dijo Guido mientras se levantaba de la silla.
Matías lo siguió primero y Lolo también se sumó con ellos.
Emiliano, entonces, quedó solo con el tablero. Agitó los dados en su mano y, con una sonrisa malévola, anunció:
—Japón ataca a China.
