638. Chupa chupa

5 de septiembre de 2025 | Agosto 2025

Sí, mi trabajo es chupar pies. Y estas palmeras que se ven acá atrás y la pileta enorme no son mías. Son del tipo que me contrató. Y si me contrató es porque soy el mejor. A él —reconozco que no logré algo similar con nadie más— lo hago acabar en sus calzoncillos, con las manos atadas, de solo chuparle los pies. Y no se crean que lo mío es una pobre fellatio en la que el pie ocupa el papel de la verga. Nada de eso. Lo mío es arte.

Pero qué tiene que ver que yo chupe pies con que ustedes no sepan votar bien un presidente, ja. Dios mío. Yo solamente vengo a advertirles, pero si no explico de qué trabajo, va a sonar raro que diga cómo me lo enteré.

Antes yo esto lo hacía como hobby, como momento erótico. Después, cuando vi que no me alcanzaba con lo que ganaba, me puse a buscar otro laburo y surgió esto. No importa cómo, la cuestión es que logré dejar mi trabajo de oficinista y dedicarme exclusivamente al chupapiesismo.

¿Por qué el pie? ¿Habiendo tantos otros lugares? No lo sé. Tampoco me importa. A mí, en realidad, me gusta más tomar helado que chupar pies. Pero no me pagan por tomar helado.

La cuestión es que una clienta mía es una de las directoras más importantes de Prime, y ella es más de los fetiches. Una mujer absolutamente misteriosa. Solamente sé qué puesto ocupa en la empresa porque es lo único que me dijo de su vida personal.

Me lo confesó porque me llevó a la entrega de los Martín Fierro 2025. Yo fui su acompañante en la entrada. Me presentó como un sobrino —por edad, podría serlo—.

Ella tenía una mesa especial preparada, con algunos otros productores, directores de contenido y cosas así. Era la única mesa cuadrada; imagino que a pedido de ella, para mi comodidad y la preservación de su secreto.

Mi lugar fue debajo del mantel. El arreglo era que yo tenía que chuparle los pies las tres horas del evento y no salir de abajo de la mesa. Si cumplía, me pagaba una fortuna

Estuve toda la noche chupándole los pies. Cada tanto ella abría las piernas para mostrarme que su bombacha estaba húmeda. Le puse una mano en el muslo y me dio un puntinazo. Me costó ahogar el grito tanto como aguantar las ganas de ir al baño.

Resulta que, mientras estaba ahí abajo, escucho que le dice a alguien:

—Estamos preparando la temporada tres de Menem. Armando ya un precontrato, beneficios para algunos actores que pensamos que podemos volver a usar, aunque hay que ver cómo calza el personaje…

—¿Tres? Pero si metés la otra mitad del gobierno en la temporada dos, ¿qué le dejás a la tres? ¿El viejito senador sin poder? —contestaba la otra persona.

—No, la… —se desconcentró un instante porque le mordí un dedo—. Estamos por ahora armando la corrupción de esta generación, los que están en el gobierno ahora.

—¿Lo del curro de discapacidad es tuyo? —le preguntó el otro, alarmado y ella se debe haber dado cuenta de que la escuché porque me olvidé que estaba trabajando y me quedé quieto. Me agitó el pie en la cara y seguí.

—Todo libreto mío, querido, claro. Igual, de esto no digas nada. Con las que estamos armando, lo de Río Tercero va a ser un poroto. Y la serie, olvidate. Me vas a ver bañada en oro —se rio ella.

Después llegó la comida, la gente se ubicó en las mesas y no dijo nada más de eso. Pero juro que es verdad lo que cuento. Después no digan que no les avisé, eh.

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