Cuando Karina entró al cuarto, el presidente ya estaba en la cama, entretendio en las redes sociales. Ya había silenciado el teléfono para que no lo molestara a la noche. Ni bien entró, ella se sacó el buzo enorme que la cubría y quedó en un fino camisón francés que la cubría. Antes de meterse, se paró delante de la cama y, mientras abría la tela del camisón, preguntó:
—¿Te gusta este?
—Te queda hermoso —respondió él, casi sin sacar la vista del celular.
—Bueno. Se ve que no entendés nada —contestó ella, demostrando su enojo, mientras entraba a la cama—. ¿No ves que está roto? Que ya tiene un agujero —y le mostró un pequeño agujero a un costado.
—Es cierto —contestó el presidente, seco.
—Yo ya me cansé de vivir así —se quejó Karina—. Gordo, vos sos el presidente. No puede ser que tenga este camisón de mierda.
—Y, pero, o sea, comprate otro, corazón —se excusó él.
—Sí, claro. ¿Con qué plata? —se quejó Karina.
—Todo el mundo sabe que te llegan ochocientos por mes, mi… Querida —él se tragó, una vez más, la palabra amor.
—Sí, pero eso está yendo casi todo a la caja que tengo para pagar los abogados.
—¿Qué abogados, Kari? Digamos, ¿te volviste loca? —preguntó él algo alterado, mientras se acomodaba en la cama, después de dejar el celular a un costado.
—Es obvio que vamos a necesitar abogados, gordo —dijo ella.
—No me digas así, que me hacés acordar al… —contestó el presidente con la mandíbula dura—. ¿Vos no confiás, digamos, en mí? O sea, pensás que… ¿Que yo no puedo pagar abogados después de ser presidente con lo que haga solo?
—Para nada —contestó Karina, terminante—. Para nada. Yo sé que vos sos muy capaz…
—¿O ya te olvidaste esa vez que tenía mil pesos y, en una jugada, logré quintuplicar mi capital? —interrumpió él, quejoso, haciendo referencia a una noche en que una pízza le había llegado con un pelo y, después de quejarse una hora, el local lo había compensado con cinco pizzas.
—Lo que estoy tratando de decir —Karina corrigió el rumbo de la conversación— es que no alcanza con lo de la discapacidad. ¿No podemos ir a la obra pública como los kukas?
—¿Otra vez lo mismo, mi… querida? —se corrigió el presidente sobre la marcha—. Ya te dije, digamos, que eso va contra mis ideas. O sea, es como querer meter un mono… Un mono en…
—¿No querés que me alcance para comprarme algo lindo? —atacó ella.
—Bueno… Puedo inventar, digamos, que… No pongamos plata, que la pogan los privados, o sea, a cambio de beneficios y curros.
—Y que lo podemos hacer porque ya hicimos todo lo anterior que nos permitió estar mejor para hacer esto —agregó ella.
—Sos la mejor —la elogió el presidente, maravillado—. Le voy a decir a los muchachos, entonces, que la vayan, digamos, deslizando en la prensa.
—¿Ves que cuando querés, podés? —preguntó Karina, que lo felicitaba mientras asentía.
