Había empezado a salir con un pibe de Calzada, Emanuel se llamaba. Yo ya lo había cruzado alguna vez en Adrogué y no me lo había olvidado porque tenía tatuado un fierro en el cuello. A los dos meses de cruzarlo, lo encontré en una aplicación. Salimos un par de veces y la pasamos joya. Fumábamos flores, escabiábamos y cogíamos, muy rico todo.
Pero me la re bajó un día que lo esperé para ir al laburo juntos. Yo trabajo en San Telmo y él en Avellaneda. Me tomé el tren una hora más tarde que lo que me correspondía para ir con él. Es verdad que a esa hora iba más vacío el tren.
Cuestión que en la estación de Escalada se sube un pibe al vagón, vestido de jean, chomba y camperita deportiva arriba, con una cajita llena de paquetes chiquitos, de bolsitas, digamos. Cuando el tren arrancó, empezó a hablar.
—Tengan muy buenos días, señores y señoras. En esta oportunidad, les traigo cocaína de la mejor calidad de zona sur. Esta cocaína que ustedes pueden conseguir en la comisaría o en su transa de barrio por seis mil, siete mil pesos, hoy lo van a estar llevando por solo tres mil. Bien pegadora, bien amarga —gritaba el pibe desde el fondo.
—Está loco… —me dice Ema.
—Mal, boludo —me apuré a contestar yo.
—Es baratísimo —completó él y yo me quedé así sin decir nada, porque no lo conocía tanto.
—Ideal para el bolsillo del caballero, para la cartera de la dama —el pibe empezó a caminar por el vagón—. Este producto que, hasta hoy, era un negocio de la policía, ahora lo estamos haciendo nosotros para que la plata quede en nuestros barrios y no termine siempre en el bolsillo del comisario.
—¡Encima los caga a los ratis! —festejó Ema y se puso a buscar su billetera.
—¿Qué hacés? —le pregunté yo—. No le vas a comprar, me imagino.
—¿Por qué no, boluda? Si no, se manejan todo el negocio los ratis y los pibes estos quedan re tirados. ¿O qué? ¿Defendés a la gorra? —me preguntó así como acusando.
—No, boludo, nada que ver. Lo que digo es que ninguno tiene que vender merca. No porque no sean ratis está bien que vendan falopa. Y menos en el tren.
—Amigo. ¡Amigo! —lo llamó Emanuel—. ¿Me das una?
—Tres mil. Gracias capo. Hoy vas a laburar piola, lvas a ver —le agradeció el pibe después de darle la bolsita.
—Gracias, amigo. Que Dios te bendiga —lo saludó Emanuel.
Y se abrió ahí la bolsita, cargó la punta de la SUBE y se tomó un virulo.
—¿Vos me estás jodiendo, boludo? —le dije enojada.
—Uf. Ta poderorsa, eh —dijo un tipo al otro lado del pasillo que también acababa de tomar.
—Pega, eh —le contestó el boludo de Emanuel—. Y vos, boluda, ¿qué te hacés la santita si fumás churro que parecés una chimenea?
—Ah, bueno, nada que ver, boludo, el faso no te… —empecé a contestarle, dento de todo bien y el boludo me interrumpe:
—Andá, andá a comprarle al jefe de calle, boludita. Ojo con esta que le compra a la gorra —empezó a anunciar y yo me levanté y me fui. Un imbécil, con razón el tatuaje del cuello.
