Por primera vez en la historia de la Argentina, la democracia pegaba un salto hacia su faceta más honesta, donde el sistema de gobierno debía acercarse al significado más literal y puro de la palabra: el gobierno del pueblo. Abandonaba los sistemas representativos que habían existido desde antes de su nacimiento, con virreyes y caudillos hasta los presidentes y diputados elegidos por voto y se aventuraba hacia lo desconocido.
Las nuevas tecnologías permitían que cualquier persona que tuviera un celular accediera a un sistema donde se sometían propuestas a votación, con archivos que explicaban las intenciones políticas de cada una de ellas, en versiones largas y resumidas.
La misma aplicación informaba con sus notificaciones las fechas y votaciones que se avecinaban. Era rápida, ágil y sencilla. Apta para todo público.
Las decisiones tomadas eran luego ejecutadas por un grupo de funcionarios técnicos, a los cuales, a pesar de ser bien pagos, les tocaba trabajar hasta el desmayo debido a ser menos de la mitad de los necesarios para la tarea.
Para el estreno, el gobierno había organizado votódromos: auditorios y espacios públicos con filas de pantallas donde la gente podía juntarse a votar y ver el resultado en el momento.
Felipe fue con su hermano Rafael. Ellos tenían esperanza de que, con este cambio, la cosa se pondría mejor. Sin los políticos de por medio, sus estructuras y sus matufias, la gente buena iba a enderezar el destino de la nación.
—Va a ser como soñaban los tatarabuelos anarquistas —recordó Felipe.
—¿Qué tatarabuelos anarquistas? —preguntó Rafael.
—Bienvenidos argentinos, argentinas, a esta nueva democracia, donde ustedes son los que eligen todo —introdujo desde la pantalla el último presidente, ahora influencer, que hacía de presentador—. Para la primera pregunta de esta semana, vamos con asuntos inmediatos. ¿Reprimir la marcha de los jubilados? —preguntó el expresidente—. Vamos ahora, tienen un minuto para votar.
Rafael y Felipe votaron emocionados. Felipe se sintió en el nacimiento de un nuevo país.
—El resultado… Positivo. Se va a reprimir a los jubilados —anunció el presentador.
—¿Eh? ¿Me estás jodiendo? —preguntó Felipe, indignado.
—¡Vamos! —festejó una chica de menos de veinte dos filas más adelante.
—Próxima pregunta: ¿Tomar deuda? Veremos, veremos qué eligen.
—Obvio que no —se rio Rafael.
—Resultado: positivo —anunció el presentador—. Se tomará la deuda que surgía en la base de propuestas. Vamos argentinos que venimos muy bien. La siguiente: ¿pagar la deuda que se tomó sin consultar al pueblo y con condiciones tomadas a escondidas?
—Bueno, hasta la pregunta lo dice, ¿no? Esta sale bien —asintió Felipe.
—El resultado es positivo. Se pagará entonces la deuda, como buenos argentinos que somos.
—Última pregunta por hoy: ¿seguimos sin presupuesto o armamos uno? —el ex presidente hizo algunas morisquetas a cámara hasta que pasó el minuto—. Y la respuesta es seguimos sin. ¡Eso fue todo! Muchas gracias por haber patticipado del juego y… —se detuvo como si su lengua lo hubiese traicionado y, con una sonrisa, retomó— Porque, ¿qué es la vida sino un juego? Muchas gracias, nos vemos la próxima.
