Después de la muerte de la abuela Julia, el abuelo Mario pasó a vivir en la casa de su única hija, Laura, y su familia. Laura temía que su padre se deprimiera hasta el suicidio. Después de la muerte de Julia, Mario había quedado solo y casi sin ingresos, dado que la jubilación que los mantenía la cobraba ella y él apenas ganaba para comer una vez al día.
A Laura la acompañaban su esposo, Nicolás, y sus hijos, Violeta y Baltasar, de dieciséis y catorce años, respecrivamente, Su madre les había encomendado la tarea de levantarle el ánimo a Mario.
Una tarde, Violeta encontró a Mario, sentado en el sillón, viendo el celular. Miraba serio, con un brazo cruzado bajo el que sostenía el teléfono. Ella se le acercó.
—¿Qué ves, abu? —preguntó.
—Acá, esta cosa, que me puso tu hermano —contestó Mario, mostrándole la pantalla del celular.
—A ver… —Violeta se acercó y agarró el teléfono—. No, ¿qué es esto? ¿Te instaló Tik Tok?
—Lo puso tu hermano —repitió.
—Este pibe es un boludo. No tenés que ver estas cosas, te queman el cerebro. Te pone pelotudo —dijo Violeta.
—Hablás como tu madre —acusó Mario.
—¿Te gusta Tik Tok? —contestó ella, tras reconocer internamente que su abuelo tenía razón.
—No sé. Se pasa solo. Me cuelgo y, sin darme cuenta, son tres horas que me olvidé de tu abuela —dijo Mario y sonrió amargo.
Violeta le dio un beso en la cabeza, lo abrazó de costado y, compartiendo algo de dolor por la muerte de su abuela, se sumó a ver videos con su abuelo.
—¿Te hago una prueba? —sugirió ella después de un rato—. Tenés que decirme si lo que yo pongo es artificial o real.
Buscó en la aplicación un video y se lo mostró. Aparecía el presidente hablando ante millones de personas que, en un instante, se convertían en un ejército camino al Congreso para matar a diputados y senadores. En un escenario de guerra, el presidente levantaba dos diputados de la cabeza y los revoleaba, y después andaba vicorioso en el lomo de un león gigante.
—¿Y? ¿Qué decís? —preguntó ella, sonriendo.
—Debe ser muy fuerte el tipo para poder levantar a dos así de los pelos. No parecía tan fuerte —contestó Mario.
—No, pero abuelo, es trucho eso. ¿Cómo va a estar este tipo con tantos fanáticos? Es obvio —se indignó Violeta, que esperaba más de él—. A ver éste.
Le mostró un video en el que Darín le enseñaba una receta a Fantino.
—Mirá vos. No sabía que Darín cocinaba —asintió Mario.
—No, abuelo, es truchísimo —lo retó, ofuscada—. Escuchame lo que te voy a preguntar, que es muy importante. ¿Vos votarías la lista del presidente?
—Ni aunque me agarre de la cabeza como a esos dos del video.
—Te dije… —Violeta empezó a corregirlo y desistió—. Muy bien, abue. Seguí con los videitos, pero no le creas a todos. Si el presidente aparece como héroe, es trucho.
