617. Con un pan debajo del brazo

16 de agosto de 2025 | Agosto 2025

Cuando Héctor, dueño de la empresa, lo llamó, Gonzalo ya sabía la charla que se venía. Él era el que llevaba los números, y hacía más de un mes que se debía un intercambio con su jefe y amigo. Héctor, al igual que el nombre de su padre, había heredado la fábrica de dentífrico y la había llevado a competir entre las marcas más conocidas, sin ser tratarse de una gigantesca multinacional. Su producción se dedicaba únicamente al dentífrico.

Los insumos se habían puesto caros el último tiempo por la subida del dólar  y afectaban los balances de su mediana empresa de una manera que era imposible mantener el precio como estaba hasta ese momento.

Al mismo tiempo, subir el precio del dentífrico tanto como resultaba necesario para compensar la subida de los insumos implicaba, sin lugar a dudas, una caída en las ventas cuya magnitud no podía prever del todo. Era una ruleta.

—Gonza, querido —Héctor lo invitó a sentarse señalando la silla—. ¿Qué hacemos con esto? —preguntó mientras le ofrecía el informe contable—. Me parece que nos conviene traer de afuera, producir en Brasil, en Bolivia. Y acá, dejar nomás lo que es galpón y distribución.

—No, Tito, ¿qué estás diciendo? —se indignó Gonzalo—. ¿Cómo vas a hacer una cosa así?

—No rinde esto. Conviene hacerlo afuera, es la opción más rentable y segura —contestó Héctor.

—Eso es verdad —reconoció Gonzalo—. Pero podemos probar subir los precios y ver qué pasa.

—¿Ver qué pasa? Perdemos tiempo y dinero al pedo. Y nos ponemos en riesgo.

—Escuchame Tito. Vos acá tenés un montón de gente laburando. ¡Sos el capitán de este barco! —alentó Gonzalo, con fingida emoción—. Y esta tripulación, si vos se lo pedís, va a dar todo por vos… —se tomó un segundo y apeló a un golpe bajo—. También acordate que tu abuelo quería esto: industria nacional.

Héctor se quedó callado unos segundos eternos. Miró a Gonzalo a los ojos y, señalándolo, contestó:

—Un mes de prueba ajustando apenas precios y gastos, pero que la tripulación reme por redes, que haga algo, no sé. Pero el capitán los necesita —cerró serio.

Gonzalo salió de la oficina y caminó apurado hasta el sector donde estaba su hijo Benjamín, que había entrado ese año en la fábrica después de terminar el secundario, en un puesto para nada privilegiado.

Esa misma mañana, de camino a la fábrica, Benjamín le había confesado que estaba saliendo con Agustina, una compañera de la fábrica, hacía ya un par de meses, y que, quizás, la había embarazado. Le parecía bien, de cualquier manera, iniciar una familia con ella.

Gonzalo le revoleó un castañazo con la mando derecha como reflejo. A él no le caía bien esa chica. En el momento no preguntó mucho. Se quedó ofuscado todo el viaje, procesando que el futuro de su hijo de diecinueve años tomaba un giro inesperado.

Horas más tarde, ni bien salió de la reunión, se dirigió hacia Benjamín, lo apartó un instante de la producción y le avisó:

—Acabo de conseguir que Héctor no eche a casi todos, cuando en realidad es lo que le conviene a la empresa y a su bolsillo. Casi que lo cagué por ayudarte a vos. Asegurate en estos días de si la piba está embarazada, y si se lo van a quedar o no. Si llega a estar preñada, a lo mejor, la podemos zafar del despido.

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