El secretario general del sindicato había ido a Mar Azul, a participar de la inauguración del nuevo hotel que se había creado con destino de sumarse a los servicios sindicales. Solamente que, durante el mes de la inauguración, iba a ser él, Julio Marioni, quien tuviera las instalaciones exclusivamente para él y su esposa. Para el futuro quedarían las escapadas con las chicas más jovenes.
Había ordenado que nadie le rompiera las pelotas. Necesitaba desconectarse un poco después del paro cardíaco que le había dado en el cumpleaños de su hija menor. Respirar frente al mar, al ritmo del movimiento de las olas, ese aire salado, con aroma a vida.
Obligado por su mujer, Julio no usaría su celular personal ese mes, aunque sí llevaba consigo el teléfono del sindicato, más privado, en caso de emergencias que sus laderos no pudieran resolver como a él le gustaría.
El segundo día, a las nueve de una mañana fresca, el celular rompió la tranquilidad que rodeaba el hotel y su pequeño bosque lindero.
—Pero, la puta madre. Pedí que no me llame nadie —Julio se quejó al aire, para que escuchara Patricia, su mujer, que le había prometido sexo si él obedecía—. Hable —saludó tras iniciar la conversación.
—¿Julio Marioni? —preguntó una voz al otro lado del teléfono.
—El mismo. ¿Quién habla? ¿José? —intentó adivinar. No tenía agendado ese número.
—Le hablo de presidencia. Tenemos una propuesta para hacerle —la voz hablaba rápido, era masculina y aguda.
—¿Por el tema de paritarias? —se intrigó Julio.
—Necesitamos un… una mano. En las elecciones. Alguna… matufia de poca monta, algunas actas, algunas urnas, algunas escuelas. Nada tan grave. Nosotros después hacemos la operación, pero necesitamos el botón de muestra.
—Pero, ¿qué… es una joda esto? —se rio Julio.
—Para nada. Acá estamos con su hombre en la Secretaría de Trabajo.
—Hola, Julito —saludó una voz de fondo, delatando el altavoz—. Acá estamos, es en serio.
—¿Omar? —preguntó Julio—. Pero, boludo, ¿cómo me lo van a preguntar por teléfono? Mandame a alguien, hermano —se ofuscó.
—¿Quiere hablarlo después? —preguntó la voz.
—No. Ahora ya está, me como la cabeza si tengo que esperar a que me mandes un boludo. Decime, ¿esto sería en las elecciones nacionales?
—Sí. Necesitamos que el peronismo haga un poco de fraude.
—Bueno… Yo todavía soy peronista, así que sería todo cierto —reconoció Julio—. Aunque, claro, yo tengo gente en las listas con los compañeros. Me comprometés.
—Te podemos dar un diputado nacional nuestro de los que salgan, si te interesa —ofreció la voz.
—Ah, bueno. Dale, y algún numerito más. Omar, me arreglás el asunto, por favor. Comunicate con Horacio y arreglen todo. Yo ahora voy a tener acá con Patricia unos días de yoga, así relajo antes del quilombito que se viene. No me rompan las pelotas a no ser que sea urgente, Omar—cerró Julio y cortó el teléfono.
Patricia lo felicitó.
