La reunión de la bancada oficialista se daba en un contexto de desconcierto, locura y enojo, como les sucede a las hormigas cuando alguien patea su hormiguero, aunque aún peor, porque carecían de tanta claridad para actuar ante esa situación. Salustio, el jefe del bloque, había convocado a todos para hacer un análisis de la derrota, pero más que nada para ordenar la función general, establecer una coordinación mínima que les permitiera no pisarse las sábanas entre fantasmas.
—A ver, tranquilos, por favor —empezó a calmar a algunos que se estaban insultando—. Empecemos esto como personas civilizadas… si no nos sale, después se cagan a piñas afuera, que no es tema mío. Pero yo me tengo que ir, por favor dejemos de perder mi tiempo.
—Dale, Salu. Pero decile vos a esta pelotuda que no puede andar haciendo lo que le pinta, involucrándonos a los demás —contestó Ramiro, el salteño.
—¿A quién le decís pelotuda? —se enojó Valeria, la diputada que había presentado un proyecto sin consultar.
—A vos, boba. ¿No ves que no entendés nada?
—Bueno, basta. ¿Cuánta merca te tomaste, Ramiro? Pará un poco, flaco.
—Ordená esto, Salustio —se quejó Ramiro.
—A ver —levantó las manos en el aire—. El proyecto que presentó acá Valeria es correcto, todos lo pudimos ver y nadie se quejó al respecto.
—No, yo no lo pude leer, estaba ocupada —contestó una diputada disfrazada—. Y sin embargo, me trucharon la firma.
—No importa, si vos vas a votar lo que te diga yo. En eso quedamos en un principio —siguió Salustio—. El problema fue el momento. Venimos de un golpe a nuestro espacio con una derrota legislativa importante y no era para nada buen momento para la presentación de este proyecto, Valeria. La verdad que ahí estuviste mal.
—Si vos me dijiste que podía presentarlo —lo señaló Valeria con la mano.
—Sí, pero ¿qué te dije de los tiempos?
—Nada…
—Bueno, por eso. No te dije cuándo. Este proyecto está entre otros tantos derechos que tenemos que recortar. Ahora es aborto, después jubilación, matrimonio gay, educación pública. Son muchas cosas que tenemos que ir haciendo… —siguió Salustio hasta que lo interrumpieron.
—¿Pero por qué le dijiste que sí sin decirle cuándo tenía que presentarlo? —preguntó Lucrecia.
—Contales, dale —Valeria lo miró fijo a Salustio, que se quería esconder en sí mismo.
—¿Qué? —preguntó Martín.
—Bueno, les digo yo —dijo Valeria—. Salustio tiene una sobrina que quedó embarazada el otro día y quiere ver si esto puede salir en tiempo récord para evitarlo. Bah, que lo haga ilegal.
—Hija de puta —masculló Salustio.
—¿Lo vas a negar? —arremetió Valeria—. Si vos pusiste la firma trucha de todos ellos. Yo me tengo que comer que me traten de estúpida y es todo culpa tuya.
—Bueno… —Salustio miró el piso y reconoció para sus adentros no tener más opción—. Sí. Yo le pedí. Pero que no salga esto de acá, eh. El tema es así… el gobierno se puede ir a la mierda en breve; entonces dije “tenemos que apurarnos para meter los proyectos que le prometimos a la gente que íbamos a sacar”, y por eso me pareció correcto empezar con este.
—¿Y lo de tu sobrina? —preguntó la disfrazada.
—Bueno, eso… un poco también.
—Pero que se haga el aborto, pobre chica —le dijo Valeria—. Dejate de joder, Salustio, por favor.
—Además no se puede tratar ahora, ¿no conocés nada del reglamento? —preguntó Marcelo—. Esto entraría recién en marzo creo. Para esa altura ya va a tener un lindo bombo.
—¡Callate la boca hijo de puta, eh! —se enojó Salustio.
—Está medio raro esto… —dijo la disfrazada—. ¿Por qué te jodería tanto que se haga el aborto?
—Porque va en contra de nuestros valores… —contestó Salustio.
—No me hagas reír —contestó Ramiro—. Si vos obligaste a una amante… no me hagas seguir, Salu, por favor.
—Eso es distinto, esto me lo pidió mi hermano, y a él no puedo no serle fiel.
—¿Para eso truchaste nuestras firmas? —preguntó Marcelo.
—No, no. Eso fue ella —el jefe acusó nuevamente a Valeria.
—¡Si fuiste vos el que tocó todo, yo ni sé manejar el sistema!
Todas las miradas se volvieron contra Salustio, que de a poco se fue achicando en su asiento mientras el resto de los diputados, ya parados, se acercaban a él rodeándolo con la lentitud de una manada de leones a punto de iniciar un ataque.
