Noelia se había quedado sin la beca del CONICET y, a pesar de ser bióloga, sin tiempo para buscar otro trabajo, terminó atendiendo una panadería. Como no les alcanzaba con su salario y el de su esposo, un día, decidió cambiar la dieta. Salió de la panadería y no volvió directo a su casa, donde la esperaban sus hijos, después de haber sido retirados de la escuela por su abuela, que no se quedaba a cuidarlos todas las tardes porque, decía, su paciencia tenía un límite y los chicos eran cada vez menos obedientes.
Noelia pasó por el parque. Escondida entre unos arbustos, se cambió el pantalón por uno viejo y gastado, agarró su pala de jardín y, donde encontró un hormiguero, empezó a cavar.
Cuando llegó a una profundidad de unos quince centímetros, empezó a juntar la tierra con hormigas y a pasarla por un colador que había modificado para ese fin. Sacó los terrones que quedaban y guardó las hormigas en una bolsa de tela con cierre hasta llenarla.
Después, se acercó a otro sector, donde sabía que había lombrices. Cavó y guardó unas cuantas en un frasco. Por último, le quitó algunas hojas a unos fresnos y tilos.
Ni bien llegó Martín, su esposo, de vuelta del trabajo, ella se puso a cocinar: preparó unas albóndigas, usando las hormigas en lugar de carne picada. Las trituró con las manos dentro de la misma bolsa donde las había llevado, como para que no se escaparan.
Cuando sirvió los platos, su hijo mayor, Gastón, se quejó:
—¿Qué es esto? —preguntó con asco.
—La cena —contestó Noelia—. Apurate a comer las lombrices que se escapan.
—Pero están vivas —agregó Jacinto.
—Porque así conservan sus propiedades —contestó Noelia.
—¿De qué es la ensalada? —preguntó Gastón.
—Es tomate y unas lechugas nuevas —contestó Martín—. Coman —ordenó.
—Esto no es comida —se quejó Jacinto y se cruzó de brazos.
—Ah, ¿pero la vaca sí? También es un ser vivo. Es todo lo mismo —contestó Noelia—. No me hagan empezar a hablar de biología que después se quejan de que los aburro.
—Chicos, ¿se acuerdan que Messi tenía problemas para crecer? —preguntó Martín—. Bueno, la dieta que comía él y que lo hizo así de groso es ésta —susurró agachando la cabeza sobre el plato. Agarró una lombriz, la soltó en su boca, masticó y tragó—. Riquísima —dijo mientras hacía un esfuerzo para que su cara no mostrara asco.
—Viscosos, pero sabrosos —agregó Noelia.
—¿En serio? —preguntaron los chicos al unísono,
—Las albóndigas, sobre todo —asintió Martín.
Los chicos, entonces, se comieron una lombriz cada uno.
—No está tan mal —sonrió Jacinto.
—¿Viste? —contestó Noelia—. Ah, chicos, ¿vieron que ustedes querían un perrito? Bueno, mamá en estos días va a traer una gallina. Es para que ponga huevos pero ustedes también pueden jugar con ella.
—¿Una gallina de verdad? —preguntó Gastón, emocionado.
