Como ya habían usado el agua de la lluvia, Romina se calzó las botas de lluvia —la calle, de tierra, todavía no había secado—, agarró los bidones, cargó su mochila con tres botellas y emprendió el camino hasta el club donde trabajaba Guillermo, su pareja, a más de veinte cuadras de su casa. En el camino, pasó por el costado de un barrio privado, de casas lujosas, piletas llenas y personas sin preocupaciones. Al menos, sin las de ella.
Alejandro, en la puerta del club, le permitió pasar a buscar agua a la canilla. Era el único lugar donde conseguían agua gratis desde los aumentos. Tomó un poco, cargó los recipientes y arrancó. Todavía no se acostumbraba a ser animal de carga. Se bancó los primeros quinientos metros de un tirón. Después de eso, no podía hacer cincuenta sin frenar a descansar.
Llegó a su casa dos horas y media después de haber salido. Los chicos estaban solos, mirando los dibujitos. Ella le había pedido a Juana, su vecina, que los cuidara.
Joel tenía nueve años; Lucas, cuatro. Romina agradecía que ambos tuvieran el mismo género, así podía bañarlos juntos sin problemas. Les decía que era como estar en el vestuario del club, al que no iban desde que ella se había quedado sin trabajo.
Llenó ollas, abrió la garrafa y empezó a calentar el agua para el baño. Guillermo, a la noche, llegaba con más agua, que se usaba para tomar, ir al baño y cocinar.
La bañera tenía siempre un poco de agua del día anterior, sucia y fría, que se templaba y aclaraba con el agua nueva. Los chicos se desvistieron y se metieron juntos en la bañera.
Romina, como para aprovechar algo del agua caliente, y no bañarse con agua fría, también se metía con ellos. Les jugaba con el agua, los enjabonaba y los fregaba. Ellos se divertían y preguntaban por qué su madre tenía partes distintas que ellos.
—Porque mami es mujer, y es diferente. Ustedes son varones, tienen pito. Las mujeres, como yo, como la abuela, tenemos vagina. Y tetas —dijo en su primera explicación, días atrás, mientras se agarraba las tetas.
Les pidió a los chicos que no contaran nada. Que ella se bañaba con ellos por el tema del agua, pero cuando se resolviera, todo iba a volver a la normalidad.
Dos días más tarde, Romina lo había enganchado a Joel mientras le miraba la entrepierna durante el baño. A la noche, ella se confesó con Guillermo:
—Casi me baño con los chicos, te juro, para aprovechar el agua caliente. Que siempre me queda el agua fría.
—¿Con Joel? —preguntó Guillermo.
—Es un decir, Guille —contestó ella.
Al día siguiente, Joel volvió a mirarla con una curiosidad tímida, como si tratara de entender de qué se trataba aquello que lo diferenciaba de la mitad de la humanidad, y podía ver en el cuerpo de Romina.
—¿Te gusta? —preguntó ella. Agarró la mano de Joel y se la puso sobre la vulva. Un instante después, se la sacó.
Salió del baño llorando y los dejó a los chicos terminar de bañarse solos. Volvió a entrar nada más que para ayudar a Lucas a secarse. Ni bien terminó, le avisó a los chicos que salía. Dejó una nota en la almohada de Guillermo y no volvió.
